"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Cuentos de un Viejo Aviador II

Título: “Cuentos de un Viejo Aviador II”. Autor: Luis Eduardo Cueva Serrano. Leído por: Marcelo Álvarez y Verónica Mejía. Tiempo aproximado de lectura: Nota de contraportada: Acerca del autor: Luis Eduardo Cueva Serrano, nació en 1963, en Ancón, Ecuador. Fue piloto de helicópteros por 15 años, al término de los cuales perdió su visión en una grave explosión. Ya como persona con discapacidad visual, fundó un sistema de bibliotecas para ciegos en Ecuador. Ha recorrido en bicicleta varios países de América Latina, donando “Apuntopedal” nombre del proyecto, su biblioteca en audio y texto digital. Ha escrito los libros “Cita a ciegas en L.A”, “Héroes obsoletos”, “Cuentos de un Viejo Aviador I”, y con “Cuentos de un Viejo Aviador II”, de acuerdo a su pensamiento, intenta mantener el esfuerzo, de plasmar en prosa o verso, todo lo que a su alrededor, basado en su percepción, le cause nostalgia o admiración, por lo que ya tiene escrito, de cuentos su tercer libro. Actualmente trabaja en la Dirección de Aviación Civil del Ecuador, en el proyecto de su diseño, denominado “Aviación sin Barreras”, en apoyo a personas con discapacidad, usuarias de los aeropuertos. Contactos: Correo electrónico luchocueva.63@hotmail.com Teléfono casa: 593 22 457-630. Celular: 0993-362-964. Teléfono Oficina: 593 22 521-114. Extensión. 2804. ÍNDICE 1- Viento turbulento. Tiempo: 2- Madre tierra I. Tiempo: 9 minutos y 54 segundos. 3- Madre tierra II. Tiempo: 6 minutos y 16 segundos. 4- Por un pañuelo. Tiempo: 5 minutos y 45 segundos. 5- Punto de congelación. Tiempo: 6 minutos y 12 segundos. 6- Obituario. Tiempo: 5 minutos y 1 segundo. 7- Oso paracaidista. Tiempo: 6 minutos y 31 segundos. 8- Nambija. Tiempo: 5 minutos y 54 segundos. 9- Rescate en los Llanganates. Tiempo: 9 minutos y 29 segundos. 10- Solo y peligroso. Tiempo: 7 minutos y 17 segundos. 11- Tigrillo. Tiempo: 12- Villa cariño. Tiempo: 13- Reventador. Tiempo: 6 minutos y 48 segundos. 14- Un stripper en Nueva Orleans. Tiempo: 15- Stavanger. Tiempo: 16- Simulador de vuelo. Tiempo: 7 minutos y 29 segundos. 17- Cicuta. Tiempo: 8 minutos y 36 segundos. 18- Sirena. Tiempo: 6 minutos y 21 segundos. 19- Pedernales. Tiempo: 20- Sueños concéntricos. Tiempo: 21- Míster Atkinson. Tiempo: 6 minutos y 4 segundos. 22- Tiempo compartido. Tiempo: 23- Quieto. Tiempo: 7 minutos y 2 segundos. 24- Mesa que más aplaude. Tiempo: 6 minutos y 17 segundos. 25- Viejo Aviador enamorado. Tiempo: 26- Te atreverías. Tiempo: 27- Perdido en un hotel. Tiempo: 6 minutos y 11 segundos. 28- “Cuentos de un Viejo Aviador II” en texto digital. 1. Cuentos de un Viejo Aviador: Viento turbulento. Qué importante es escuchar, una opinión diferente, para comparar y analizar, con lo que tengo en mente, y si es necesario cambiar, como una decisión prudente, no importa si la idea viene del señor gerente, del más pequeño cliente, y sí, también de un indigente. En un grafiti de Quito, estaba escrito un hecho muy cierto, que a continuación cito: “Nadie tiene la verdad absoluta, firma: Nadie”. Y esa es la gran realidad, hablando con sinceridad, hagamos un acto de contrición, de cualquier tema que se vaya a topar, escuchemos con atención, démonos a todos la oportunidad, y juntos encontremos la mejor solución, así nadie es imprescindible, y aunque falte quién se autoproclame el mejor, es decir “Don Nadie”, todo es posible. Pétrea la cara tenía, esculpida en sus rasgos la melancolía, cuando más por preocupación, preguntaron al Viejo Aviador, si estaba con depresión, debido a que tenía la mirada perdida, clavada en un punto distante, tal vez de un tiempo lejano, de algún espacio perdido en el arcano, o algún recuerdo inquietante. Nada de eso respondió frustrado, acabo de perder mi concentración, del siguiente tema de aviación, que en la mente lo tenía ya diseñado, reventó como una burbuja de jabón, y allí se fue ese relato o inspiración; más gracias por preocuparse, por lo que se siente, se deja de hacer o se hace, pero si alguien lo ve en un rincón, déjenlo con su sentido de improvisación, tranquilos es pura iluminación, debido a que conforme pasan los años, confunde cada misión, y a veces por omisión y otras por exageración, quita, pone; arregla o descompone; pierde, gana; vuela mucho, poco o nada; sufre llora; controla o implora; desaira o se enamora; todo en menos de una hora, que es el tiempo que demora, en dedicarse a escribir, inventar o revivir, lo que alguna vez pasó, o su sentido lo inventó. Para ello usa una herramienta, que todo cristiano la menta, es la palabra y su poder, que hay que saberla ejercer, para explicar o convencer, relatar o entretener, amar o querer, de vez en cuando inventar, mezclar ficción y realidad, agregando ese condimento, y lanzar este relato al viento, que fue debido a ese elemento, que hoy se escribe este extraño acontecimiento. El joven aviador emplumado, casi todas las fases de entrenamiento había superado, vuelo solo y navegación; emergencias y auto rotación; comunicaciones y vuelo en formación; ya solo faltaba montaña, que era en un cercano mañana. Pero todo el curso temía, aterrizar en los picos de los Andes, debido a que su aerología, entrañaba peligros como nunca antes, el viento era turbulento, ráfagas de gran portento, la potencia limitada, la maniobrabilidad reducida, ataque oblicuo o derrape suelo, ay! Ese vuelo era un desconsuelo. Y qué decir del instructor, era un francés de muy pocas pulgas, que al pobre y Viejo Aviador, en más de una oportunidad casi lo excomulga, y además que de tanto fumar, bueno… a su olfato lo iba a matar, pero en honor a la verdad, el galo era muy hábil, un señor para volar. Una vez realizado el pre vuelo, y toda su lista de chequeo, despegó muy serio y formal, para su examen final, tal vez un poco nervioso, pero con actitud de salir victorioso. Aterrice en ese lugar confinado, fuera del efecto de suelo, ahora acá con mucho cuidado, mantenga el “palo y bola al centro”, el Viejo Aviador era ya un esperpento, quería que termine el tormento, llevaba el cíclico al viento, y presionaba el pedal contrario, para mantener el eje de aproximación, con el helicóptero alineado; pero quería mandar todo al diablo, tenía los músculos engarrotados, el ánimo cerca del punto de abandono, y unas ganas de orinar, y no sabía cómo. Y así se pasaba la hora, aterrizando a la aeronave, donde ni siquiera otras aves, cóndores o gavilanes, les daba por posar su cola. Finalmente el hábil instructor, con su extraño acento nasal, le dijo al Viejo aviador, felicitaciones, no estás tan mal, pero el aviador emplumado sí que se sentía pésimo, la calificación valía menos que un céntimo, su vejiga no daba más, se tragó todo su pudor, rogó, pidió de favor, que en ese pico tan alto, a esa altitud de infarto, pueda salir a evacuar, porque ya no podía aguantar. Alé alé, autorizó el piloto en francés, y sin otro miramiento, sacó el Viejo Aviador, su preciado instrumento, sin percatarse que el viento, lo tenía de frente y, muy pero muy intenso. Con el overhall mojado, no, completamente empapado, subió nuevamente a la aeronave, sin ganas que nadie hable, y consciente de tal situación, el piloto francés no habló, no, a carcajadas se rió, desde ese alto pico en el Pasochoa, y no paró de reír por una hora, pero ya nada importaba, el joven emplumado con sudor se había ganado la anhelada ala plateada. Fin de: Viento turbulento. 2. Cuentos de un Viejo Aviador: Madre Tierra. En las condiciones más diversas, se nos pueden presentar circunstancias adversas, destruyendo en un instante, ese afán y gusto constante, por inventarnos la vida, por dar a todo anhelo cabida. El secreto cuando caemos, es reír en primera instancia, recoger del suelo nuestros deseos, levantarnos e ir por lo que queremos con resolución y constancia. Y eso es lo que le pasó al Viejo Aviador, apenas del vuelo en su primer paso, pues convirtió un rotundo fracaso, en su primera anécdota de perseverancia y valor. Frente a la Junta de Investigación del Accidente, vacía la mirada se encontraba el subteniente, era la quinta pregunta que hacía la venerable junta, sin que el piloto asustado, se dé todavía por enterado. Todo parecía un sueño, o mejor dicho una pesadilla, que luego de un vuelo sin nubes ni truenos, el helicóptero había quedado hecho papilla. Para lo que allí ocurrió, no había ninguna justificación, y con cada intento por cubrir un craso error, los miembros de la junta se llenaban de terror, pues les era muy evidente, que de la nada se creó un accidente. La voz del agraviado se quebraba, con cada mirada que lo interrogaba, pero lo hecho, hecho estaba, y los investigadores la verdad del copiloto esperaban, sí, tan sólo era copiloto, pues el comandante de a bordo, el piloto, por alguna extraña razón, no formaba parte de la investigación, y a ese inexperto copiloto que apenas si sabía de alas, le tocó sin saberlo, poner pecho a las balas, y para aquel que expone el cuerpo, son más las posibilidades que cargue con el muerto. Para quién conoce un Lama, el helicóptero de mejor performance en montaña, sabe que esa noble aeronave, lo lleva donde otras no caben, pero no era vuelo en la cordillera, lo que al ingenuo piloto le esperaba, sino un vuelo en la Amazonía, allá en la frontera, en la más absoluta lejanía. Desde el momento de su graduación, esta era su primera comisión, y de esta aeronave poderosa, no sabía gran cosa, paradoja de un destino esquivo, el no saber mucho lo dejó vivo. Todavía no viene lo feo, pues la primera parte del vuelo fue un hermoso paseo, mares de clorofila hasta el mismo horizonte, torrentosos ríos cruzando valles y montes, proveniente del este un laminar viento, que lento muy lento, movía aborregadas nubes en el firmamento, pero fue ese viento de frente, cuando se alejaban hacia el oriente, el que redujo su velocidad de avance, mermando su autonomía, en este vuelo de fantasía, e hizo que el combustible no alcance, que es la situación, que cuento a continuación. Cuando el peligro es inminente, el corazón se pone de piedra, la ansiedad invade, trepa como una hiedra, que alerta cuerpo y mente, lo que a veces no es suficiente, cuando al mando hay alguien… no muy competente. Sobre su carta de navegación, trazaba líneas en su imaginación, pues nervioso quería saber, usando su plotter y computer, herramientas de vuelo de un glorioso pasado, si a esa altitud y velocidad su destino tenía asegurado, pero el copiloto comunicó asustado, que con lo que tenían disponible, de ese precioso combustible, al aeropuerto no llegarían, ni rezando tres Ave Marías. Tranquilo copiloto nuevón, es su primera comisión? Escupió el piloto más antiguo, mientras en un suspiro exiguo, respondía sí mi teniente el entonces joven aviador, que no quería morir sin saber lo que es amor. El piloto más experimentado, en la realidad, el que metió las de andar como ganado, ascendió tres mil pies adicionales, lo que agravó aún más los males, pensando con ello ahorrar, el combustible justo para llegar, pero lo único que el copiloto ya veía entre sueños, era un mundo cada vez más pequeño. Hasta que llegó la cruel desgracia, en que como por arte de magia, aunque no era Navidad ni otro tipo de festividad, se prendieron las luces de emergencia, unas fijas otras en intermitencia, con un nivel bajo de combustible, que hacía de un vuelo hasta entonces apacible, un tonto accidente posible, circunstancia peor… imposible! Meditándolo ahora en la bruma del recuerdo, hay que estar poco cuerdo, para en cuerpo sano, buscar alguna enfermedad en vano. En esos preciosos segundos, dijo adiós el copiloto al mundo, pues no sabía en selva la emergencia, ni planes de contingencia y supervivencia, lo único que comprendía, era que como piedra hacia la selva caía, proceso inverso al ascenso, donde todo lo pequeño se vuelve inmenso, y hacia la arboleda veloz iba, con lo poco que le quedaba de vida. Permítanme un punto de aclaración, una pausa, en esta turbulenta acción, y es que como el copiloto no conocía, nada de esta aeronave bravía, arneses o cinturón de seguridad, no lo podía aflojar, debido a que ese dispositivo, por ignorancia para él parecía escondido, de tal suerte que volaba más apretado, que un bulto bien embalado. Sobre la copa de los árboles, a 100 metros del suelo, se frenó en seco el vuelo, con la emergencia de auto rotación, que ejecutó el piloto con habilidad y precisión, de allí en adelante, que sea lo que Dios mande, y entre milenarias ramas de cedros y robustos guayacanes, empezaron los desmanes. Es un tremendo sacudón, como una pantalla borrosa de televisión, y fue en ese preciso momento, que su falta de conocimiento, lo mantuvo muy pegado al asiento, hasta que topó tierra sin un ay de lamento. El piloto que si sabía, cómo aflojar el cinturón de seguridad, con movimientos bruscos hacia atrás y adelante se movía, quedando sus costillas hecho toda una calamidad, las puertas habían volado, el rotor de cola ya no existía, en tierra los patines estaban clavados, y desde el fondo de un hueco acilindrado, que en su caída podó el rotor, mutiló troncos, ramas y flor, se veía un cielo azulado. Estando el piloto herido, el copiloto abandonó el nido, en busca de ayuda y rescate, de otra aeronave que de allí los saque. Esa extensa selva verde y natural, que desde el aire se podía apreciar, tenía pantanos, quebradas, espinas, mosquitos y uno que otro animal, que alfombra verde ya no se la debía llamar. Con su overhall en jirones y sudado, llegó a orillas del Pastaza muy extenuado, cruzándolo en quilla un nativo, que después de lo sucedido, no comprendía cómo podía todavía estar vivo. Después de otro largo recorrido, caminando despacio para aclarar lo sucedido, por chaquiñanes, senderos y finalmente un camino, se acercaba al desenlace de esta historia, su amargo destino, así fue como llegó, al aeropuerto de Shell de donde salió, pero esta vez regresaba caminando, sin helicóptero, sin piloto, pero sí completamente enlodado. Quería hablar y no podía, su mente se resistía, del shock post accidente todavía no salía, pero entre soldados ese vocablo técnico todavía no existía, por lo que de un solo empujón, fue a dar a la cabina de pasajeros de un pequeño avión, y sin ningún miramiento, fueron a realizar el reconocimiento, no había más, como gato se agarró a un asiento y sin más en su pensamiento, fue en Madre Tierra gritó, y hacia allá el avión voló. Una vez reconocido el lugar, en otro helicóptero lo hicieron entrar, esta vez para pernoctar, decía la sabia superioridad, que para asegurar el lugar, mientras esto sucedía, al piloto evacuaban, antes que termine el día, a un hospital militar, así quien no tenía vela en este entierro, en la selva tuvo su encierro, pero será en otra oportunidad, que se cuente de esa alucinación o realidad, en que pasando de confesiones se arribó a confusiones, entre lianas, hojas y amores, algo más que inermes rotores. Fin de: Madre Tierra. 3. Cuentos de un Viejo Aviador: Madre Tierra II. Tiempo atrás quedó, una historia sin terminar, que es lo que en esta ocasión, el Viejo Aviador viene a contar. Fue su primera experiencia, de un vuelo sobre la selva, y también su primera emergencia, donde por poco casi todo queda, intenciones y pasiones, sueños y emociones, truncados por un quebranto, que por poco termina en el camposanto. Se salvó por un pelo y aprendió de sus errores, así pudo llegar a viejo, y de cuando en cuando, contar de fallidos amores. El recuerdo de lo sucedido, es cubierto por la erosión, de las manecillas de un reloj en rotación, que a cada vuelta van quedando en el olvido, y cada vez que intentamos revivir, lo que alguna vez ocurrió, cambiamos sin siquiera sentir, aquello que algún día pasó. Pero, dejemos a un lado la exactitud, y escribamos con prontitud, evocando cada momento, esas chispas de contento, que irradian con su candor, tristes y alegres momentos que vivió un elevado y Viejo Aviador. Más, que sería de añejos acontecimientos, perdidos y sepultados en el tiempo, si no fuera por la capacidad, de recrear o acomodar, inventar o diseñar, esa gran posibilidad, que a través de la imaginación, arribamos a una nueva creación, levantando de las cenizas, con calma, deleite y sin prisas, una historia corregida, de acuerdo a nuestro gusto y medida. Para ello solo necesitamos, del poder de la palabra, sentir que al escribir amamos, y creamos con la magia de un abracadabra. La redacción tiene el poder, de permitirnos volver a nacer, es como un río, que moldea la roca más dura, la acaricia y rodea con su corriente y espuma, logrando así el desafío, de dar la forma adecuada, a una historia olvidada. Pienso que en lugar de teclado, y un monitor desactualizado, dispongo de un pincel, que sacude el olvido por doquier, hasta finalmente dejarnos ver, lo que alguna vez fue, y sobre aquellos antiguos cimientos, sumar el sentimiento, construir hasta sentir, que el producto terminado, es el edificio deseado, galimatías de palabras, laberinto de metáforas, un asunto de un aviador emplumado, que en Madre Tierra dijo haberse enamorado; cómo, dónde y por qué; tampoco se sabe de quién; luego de su primera experiencia, en una despiadada emergencia. La verdad es que quedó aturdido, como polluelo que cae del nido, no tanto por el tremendo impacto, al verificar la ley de la gravedad; con velocidad, fuerza e ingenuidad; sino por la total falta de tacto, porque sin considerar su actual condición, y su estado de conmoción, lo enviaron a cuidar, en plena selva tropical, los retorcidos fierros que en otro momento, surcaron el azul firmamento, los miraba y no creía, que esa estructura oxidada ya para nada valía. Tal vez fue esa sensación de desolación, en ese ambiente extraño pero natural, distinto al habitual que vivía en la aviación, o tal vez fue real, lo que en la foresta aconteció, pero de un modo casual, después de una noche de insomnio y mucho frío, temblando aún de miedo y escalofrío, debido a la humedad omnipresente, y entre cortinas de un vapor ascendente, se dibujaba una bella mujer, a quien no se veían los pies, vestida con la más extraña apariencia, fuera de toda moda o ciencia, diminutas gotas de rocío o lentejuelas, como en una noche de pasarela, cubrían su figura generosa, con destellos de una luz presurosa, que calentaban su piel, haciéndola en color y sabor pura y dulce miel. Parecía un espejismo, para el pobre aviador emplumado, y aunque estaba asustado, pudo más su hedonismo, y siguiéndola a sol y sombra, entre troncos, insectos u hojas, cruzando un pantanal o peligroso aguajal, entre oscuras madrigueras o en campo abierto a la azul esfera, llegaron a una laguna, transparente y nítida como ninguna, y allí fue donde se abandonó a las delicias del amor, con aquella fiera salvaje, hembra de mucho linaje, la fértil Amazonía, mujer selva de pasión y valía. Pensando que ya era suficiente, el castigo impuesto al teniente, fueron a su rescate, creyendo que ya era tarde, que estaba loco de remate, no quería ser evacuado, decía de la selva estar enamorado, que está viva, que respira, que la ama y admira, que los dejen vivir tranquilos, bañados por lluvias y ríos. Ay! Pobre aviador emplumado, Cupido lo hubo saeteado, tan certero flechazo, que ayer hoy y siempre, en la selva es un remanso, y pide e implora, y si es necesario llora, para que a esa bella mujer, todos le den su querer, que no la exploten ni urbanicen, que la cuiden y admiren, porque a todos puede amar si la sabemos respetar. Fin de: Madre Tierra II. 4. Cuentos de un Viejo Aviador: Por un pañuelo. El riesgo en algunas profesiones, nos lleva a publicar confesiones, para que del error ajeno se aprenda, y sin susto ni riesgo se entienda, para aumentar la experiencia, sin cargo de conciencia, cuidando así vida y salud, más aún en la juventud, a fin que los años postreros, sean buenos y llevaderos, y tan buenos como los primeros. Y como nos corresponde trabajar, en el campo de la aviación, sobre ese tema familiar, es lo que vamos a narrar, con una que otra variación. Apenas si se había graduado, el joven aviador emplumado, deseando a todo momento, despegar sus pies del suelo, y raudo ponerse en vuelo, y siendo el de menor jerarquía, en esa unidad militar, en feriados no había día, que no lo pongan a volar, y como no padecía de vicios, ni tenía otro oficio, soltero sin compromiso, y al vuelo nunca indeciso, ponía el rotor al viento, sin pena ni lamento. Volar a nivel del mar, es para relajarse y disfrutar, allí se puede explotar, la máxima velocidad, el peso a su total capacidad, y las condiciones de maniobra, solo dependen de quien las obra, hasta una falla de motor, es rescatable con la mente clara y un buen control. En fin, vamos a lo que venimos, que es por lo que vivimos. En un helicóptero monomotor, sin puertas para una filmación, volaba el Viejo Aviador, sobre una gran extensión, de esa bella ciudad, Perla del Pacífico, de la Provincia del Guayas su populosa capital. El cameraman era un alto alemán, que ocupaba el asiento de atrás, con un inmenso trípode que parecía araña, y entre las patas y el equipo se daba maña, para filmar manglares y suburbios, brazos de mar y otros tugurios, donde vivía la población, en muy mala condición. Para una buena filmación, el piloto prestaba atención, al pedido que a grito pelado, el bávaro había dado, al tiempo que revisaba cada instrumento, y también la dirección del viento, o un terreno baldío para una aproximación, en caso de falla y consecuente auto rotación. Debido a su entrenamiento, tan pronto escuchó la explosión, puso los parámetros en condición, bien enfrentado al viento, mientras vertiginosamente caía, hacia el único terreno plano, que tenía asegurado, comprobó el régimen de motor y luego del rotor, pero todo funcionaba como un exacto reloj. Entonces, ¿qué era lo que pasaba? Decidió continuar la emergencia, aterrizar en el lugar escogido, era mejor la prudencia, y ya en tierra averiguar el motivo. Una de las mayores satisfacciones, luego de una crucial experiencia, es tomar clara conciencia, que de esta se ha salido vivo y en buenas condiciones. El cameraman alemán, producto de la brusca maniobra, pálido y sin hablar, señalaba al rotor de cola. En el eje transversal, que transmite la rotación desde el rotor principal, en un delgado cable lateral, se encontraba enganchado, un elegante pañuelo, que el germano vestía en su cuello. Buscando una explicación, a este incidente de aviación, resulta que en pleno vuelo, el viento y la turbulencia desataron el pañuelo, asustando a su único pasajero, quien se apoyó muy fuerte en el espaldar, aflojándolo sin querer del lugar, expulsándolo violentamente del puesto, rompiéndolo en varios fragmentos, por aquel sostenido viento, que es el sonido que escuchó, el atento aviador emplumado, creyendo que el motor se había apagado. Fue un final feliz, cercano a un accidente, pues si el tan mentado pañuelo, se enredaba en el contiguo eje, este se hubiera roto inmediatamente, y por principio de acción y reacción, en sentido contrario a las palas en rotación, la estructura comenzaría a girar, en sentido inverso, pero a la misma velocidad, convirtiendo al helicóptero en una licuadora, y con esa rotación sin demora, fracturaría el cuello del Viejo Aviador y del cameraman alemán, entonces esta historia, hubiera sido parte de una junta investigadora, con una misa de cuerpo presente, en memoria de ese alocado teniente. Respiraron, suspiraron, descansaron y finalmente comentaron, aviación y filmación, eran trabajos de acción, en los que hay que tener precaución, si se quiere llegar a viejo. Fin de: Por un pañuelo. 5. Cuentos de un Viejo Aviador: Punto de congelación. Cuando vayas a salir a la calle, ten en cuenta cada detalle, que no te pase como al Viejo Aviador, quien por dejarse convencer, que todo podía hacer, casi pierde su honor, en una operación de aviación, que llegó al punto de congelación. Prudencia y Seguridad, hay que tener en cuenta, si con éxito quieres llegar, para alcanzar una meta. Esperamos goces de esta lectura, que sucedió en las alturas. Se peca por ignorancia, cuando sin haber practicado, intentamos algo osado, que puede terminar en desgracia. Quién nada sabe nada teme, decía el joven emplumado, cuando sin haber estudiado, iba a rendir un examen, rudo… muy rudo era sin ensayar en primavera, y por ello cada verano, nuevamente repasaba para ganar el año. Pero en el campo de la aviación, hay que tomar precaución, y seguir todo consejo, si se quiere llegar a viejo, más siempre hay imprevistos, un sorpresivo factor, pasado por alto o no visto, por el atolondrado y Viejo Aviador. Ello solía suceder, cuando azuzado por tropas paracaidistas, se dejaba convencer, para perderse en el cielo de vista, al son de una canción, con hurras y ovación, que transcribo a continuación: “En un buen día de salto, la historia mía es así, voy veo preparo el avión, y dejo helando un vino y un ron. Piloto suba suba a cinco mil, suba suba hasta diez mil”. Las fuerzas especiales, compartían maniobras convencionales, y en operaciones contra insurgencia, la aviación contaba también con su presencia, en aire, mar y tierra como colegas, ninguna tripulación se niega, ni había piloto que se resista, cuando listos para tomar pista, se animaban ante el desafío, cantando como poseídos, para ese salto libre al vacío. Era una fresca mañana, en la que el Viejo Aviador, al mando de un helicóptero Lama, iba por un gélido error. En el plan de vuelo constaba, un vuelo a máxima altura, sin puertas era pura estructura, la aeronave que se volaba, y todo para un salto libre operacional, al norte de la ciudad, cerca al volcán Cayambe, el centinela de los Andes. Casi todo se había previsto, pero en casi hay un imprevisto, revisaba el Viejo Aviador, sin encontrar error, se había realizado el pre vuelo y enviado el plan de vuelo, el helicóptero al tope de combustible y los paracaidistas listos y disponibles, y para protegerse a la máxima altura, de una polar temperatura, vestía dos pares de guantes, y dos chompas para el frío cortante. Antes de encender el motor, suspiró el Viejo Aviador, para luego iniciar el ascenso, pero algo faltaba e iba muy tenso, mientras a los cuatro paracaidistas, la euforia los enardecía ante una nueva conquista, piloto suba suba a cinco mil, suba suba hasta diez mil, pero los 20 mil se había pasado, que era más de lo deseado, mientras el viento entraba y salía, y en la cabina turbulencia e hipotermia se vivía. Parados sobre el patín, al unísono saltaron, y al Viejo Aviador dejaron, en un movimiento sin fin, sobre el eje longitudinal, o movimiento pendular, que consiguió gravemente asustar, a un piloto aterrado, que en el transcurso de un segundo, veía todo el mundo, pasando de ver el suelo, a contemplar el infinito cielo, horizonte, nubes o del volcán perpetuo hielo, todo por el mismo lado, vaya que le daba miedo. Entonces cayó en cuenta, de lo que era volar sin puertas, con quince grados bajo cero, y un imponente viento, casi todo resistía, en su abrigada anatomía, pero el gélido viento invasor, penetraba debajo de su asiento, y al pobre y Viejo Aviador, con esas ráfagas bajo cero, se le congelaba el trasero. Solitario en el firmamento, sobre el cíclico la mano derecha, y la izquierda sobre la palanca de potencia, no podía soltar los mandos, solo como estaba volando. Su pensamiento era todo lamento, ante una eventual impotencia, por simple y puro congelamiento, y mediante leves movimientos, entre su cuerpo y el asiento, que generen suficiente fricción, intentaba dar a sus… “mejillas” calefacción, ay! Qué dura era la aviación. Ligero como el viento, el Lama no descendía, palabra que de dolor se moría, pues nunca pensó en abrigar, esa sensible parte de su humanidad Con mucho frío y dolor, aprendió el Viejo Aviador, que para volar en altura, hay que guardar la temperatura, de aquello que le asegura, una generación futura, vistiendo doble o triple calzoncillo, camiseta y medias, que lo libren de la hipotermia. Fin de: Punto de congelación. 6. Cuentos de un Viejo Aviador: Obituario. De acuerdo a las estadísticas, es más seguro viajar en avión, que a bordo de un camión, pero por alguna extraña razón, el jubilado y Viejo aviador, despidió hacia un mundo mejor, a varios pilotos aguerridos, atentos y muy queridos. Recalcando que cualquier parecido, es pura y llana coincidencia, que todo es fruto de la pecaminosa conciencia, de un recuerdo ya enmohecido. Así que por favor todos tranquilos, no busquen fantasmas donde no los ha habido, aquí se ha reconstruido una historia, con pedazos de memoria, un poco de por aquí, y sí también de allí, y mucho del más allá, especialmente después de una falta de sustentación, auto rotación y probable colisión, que justamente es el título, de este pequeño artículo, que lo disfruten a plenitud, mientras en mente dispongan de juventud. Después de la vida viene la muerte, es su extensión en toda suerte, por ello no hay que extrañarse, ni con desmedida lamentarse, poner freno a la congoja, que el ser y no ser es una paradoja, la incógnita y continuación, tal vez la existencia en otra dimensión. Pero esta pequeña confesión, del ponderado y Viejo Aviador, no intenta causar confusión, sino recordar con humor, la extraña despedida, a un compañero de aviación, que por amar sin medida; viudas, novias o deudas; durante la capilla ardiente, había en sobrepoblación, ¡qué gran amante el teniente!, era el comentario de ocasión, mientras en cada orilla en rezo ferviente, un compañero del piloto ausente para siempre, intentaba apaciguar los llantos, de mujeres que lo quisieron tanto; lo importante era que en la otra esquina; diagonal, izquierda o abajo, no se escuchara el gemido, de la otra dama con quién sin saber había compartido, algo de ese gran corazón, que parecía haber dado tanto, pero tanto amor. La verdad es que causaba envidia, saber que el amigo que fue en vida, tenía tan buena acogida, entre tanta bella y leal diva. En el féretro y descansando en paz, estaba ese amante contumaz, a un metro a su alrededor, acompañando a sendos sirios, coronados por un fuego de martirio, había cuatro cadetes en guardia de honor, que despedían al extinto aviador, y cada quince minutos, para descansar de esa rígida situación, granítica disciplina de cuerpo en congelación, cambiaban el fusil de posición, y a la voz de mando, al hombro arr, o al hombro derecho arr, en robótica sincronía, con un sonido metálico por sinfonía, realizaban el movimiento, al que acompañaba un lamento, recordando los restos terrenales, desde los cuatro puntos cardinales, y el llanto de una querida, con el eco se confundía, y los ayes de cada esquina, a coro sollozaban por quien probablemente no lo merecía. Los rumores iban y venían, junto con tintos y canelazos, que deudas era lo que más tenía, o que nunca le faltó un beso y un abrazo, pero de la tragedia que provocó, su pronta desaparición, nadie se refería, era un tema que no causaba simpatía, y pronto regresaban los comentarios, que para amar no tenía horario, tema que entretenía, en tan triste despedida. Por ello hay que ser consciente, y si no deseas que se hable de ti en tu capilla ardiente, toma toda precaución, en el mundo de la aviación, realiza bien tu pre vuelo, lee bien la lista de chequeo, no te olvides del combustible, volar sin él es milagro imposible, no sumes incidentes, que es lo que provoca accidentes, y si a pesar de ello, te llega a suceder aquello, disfruta de un solo amor, así no hay tanta preocupación, en la monogamia encontrarás, ilusión, pasión y mucho más, haz también tú el intento, mantente firme en el sentimiento. Fin de: Obituario. 7. Cuentos de un Viejo Aviador: Oso paracaidista. La primera vez que escuché, que la realidad supera a la ficción, me pareció una exageración, y reconozco que mucha atención no presté. Pero atendiendo con paciencia, se va ganando experiencia, y nos va quedando claro, que la invención y la ficción, son un pálido reflejo, de una cruda realidad que muchas veces nos deja perplejos. Para muestra un botón, en el mundo de la Aviación, la historia del oso paracaidista y una muchacha muy lista. Aspiro que disfrutes de este relato, si así te suena grato; ficción si lo consideras producto de la imaginación; o una historia verdadera, si crees que es lo que por un amor tú hicieras. De la malla al otro lado, de la cabecera de pista, vivía una muchacha muy lista, que el corazón del entonces casto y joven Aviador tenía emocionado. La verdad su razón había trastocado y malherido andaba enamorado. Lo invadía la desesperación, vivir en el campo de aviación, cuando de la malla al otro lado, respiraba ese dulce ser amado. No se sabe lo que vio, o que perfume olió, tal vez lo habían hechizado o su suave voz hipnotizado, pero no había manera que apaciguara la espera, de decirle quién era, porque para colmo de males, ella pensaba que los pilotos eran unos tales y cuales, y su falsa apreciación, era un gol de camerino, que obstáculos ponía al camino, a una incesante pasión, a la sed infinita, a su inquebrantable gana, de hacer suya esa cara bonita, de decirle que la ama. Con pena se preguntaba, ¿Por qué tanto prejuicio, que lo hace perder el juicio? Y él mismo contestaba, será por alguna traición, alguien que no sabe de aviación. Pero eso no lo convencía, ni a él ni a tan bella vecina, porque no le conocía, y esa pena poco lo anima, para armarse de valor y expresarle todo su amor. Tomar por asalto a la presa, aconseja la estrategia, dar un golpe de sorpresa, es una táctica vieja, que da buen resultado, para inclinar la iniciativa a su lado, y así fue como actuó, nuestro amigo emplumado, y comenzó la preparación del siguiente curso de acción. Buscó a su mejor amigo, aclaro, que no es el que duerme contigo, le confesó su desesperación, esa tremenda emoción, que lo tenía desquiciado, esa muchacha que vivía de la malla al otro lado. Un día antes del vuelo, en que alcanzaría su amor y consuelo, planificaron algo concreto, fueron por un secreto, un pequeño oso de felpa, esa innovadora llave para abrir la puerta, el camino, el detalle de atracción, la entrada a su corazón. Fueron donde una modista, que vistió al oso de paracaidista, con uniformes viejos, tal vez de amores añejos, en fin botas y boina, uniforme de fatiga, arneses para el paracaídas, y de cúpula una descolorida enagua, y toda vez que su presencia nada bueno auguraba, la cambió por un brazier copa o size 40C, de aquellos cuando rellenos, los hombres caras no vemos, así el oso paracaidista aseguraba su descenso con dos cúpulas de un tamaño inmenso. Torre de control aquí el Ejército 350, me autoriza tres sesenta sobre cabecera de pista? Ejército 350, aquí torre de control, autorización negada, es que le falla la vista? Está en el eje de aproximación, puede causar una colisión! Fingió una falla de radio, para iniciar la misión, y ya en vuelo estacionario, se llenó de emoción, cuando junto a la cabecera de pista, sobre la casa de la muchacha lista, lanzó al oso paracaidista, para abrir puertas, ventanas, todo… hasta su corazón. Casi todo salió perfecto, pero un pequeño defecto, el turbulento viento y su efecto, producto del rotor principal, creó un tsunami local, que votó varios maceteros, haciendo del patio un tierrero, volando del tendedero, faldas y calzones y un par de pantalones, y entre el pandemónium desatado, por un piloto enamorado, con una perfecta rodada, el oso paracaidista hacía su entrada. Como por arte de magia, la radio recuperó comunicación, dando el asustado piloto una breve explicación, situación que a la torre de control no le causó gracia. Sin perder la esperanza, el casto y puro aviador, fue sin pérdida de tiempo a dicha casa, a declararle su amor, pero esa muchacha lista, ya había tomado pista, con un muchacho de mucha plata, que si bien no vuela, no da tanta lata! Sólo salió a recibirlo, quien pudo haber sido su suegra, y con escoba en mano, le hizo barrer, lo que hizo sin querer, o justamente por mucho querer, aunque en esta oportunidad fue en vano. En el centro del patio esperaba, el oso paracaidista, para que la muchacha lista, use ese brazier que justo en su busto le quedaba, que tal vez es lo que enloqueció al entonces joven y casto aviador. Fin de: Oso paracaidista. 8. Cuentos de un Viejo aviador: Nambija. La avaricia rompe el saco. Podemos vivir sin oro, pero si el agua nos llegara a faltar, ya no habría batalla que librar, pero estaríamos relucientes, con oro hasta en los dientes, en una tumba mortal, la decisión a todos nos pertenece, agua u oro? Nada más recordarlo, me invade el escalofrío y quiere mi mente evitarlo, pero aquí voy por lo mío. Escribir para entretener, claro sin tratar de ofender, de lo que a este Viejo Aviador, le ocurrió por enamorador. Para ese joven piloto soñador, la misión parecía viable, en una aeronave con rotor y un mecánico fiable, cruzar la Serranía, continuar por la Amazonía, y después de santiguarse, sin tiempo para apearse, aguas abajo por el Zamora continuar, eso sí, sin hacia abajo mirar, pues es un profundo encañonado, de paredes verticales, que si el aciago momento ha llegado, allí no queda, aeronave, piloto ni males. Luego de sobrevolar, por ese pasaje obligado, a Namírez logró llegar, para luego continuar en busca del dorado. Desde allí la distancia es corta, por una pequeña pendiente, diminutos seres vivientes, alcanzan la última cota, para lograr su ambición, en una montaña de maldición, al menos esa es la apreciación, desde el alto mundo de la aviación. Tendidos por doquier plásticos multicolores, no hay árboles, plantas ni flores, Son sus horadadas gradientes, húmedas cuencas de calavera, aquí solo la enfermedad, ambición o muerte, tranquila espera. Reconocimiento del área a posar, constituye la maniobra formal, para poder aterrizar, en el Banco Central. El viento de cola persiste, el piloto en la maniobra insiste, para suerte de este hombre alado, a último momento, viento calma ha llegado, y con ello sin saberlo, una oportunidad más de llegar a viejo, se ha forjado. Un pequeño detalle se ha pasado, como en este lugar por Dios olvidado, no hay manera que entren carros blindados, ese aún joven aviador, de billetes viene forrado, dinero para la compra y venta y bastante de explotación, de estos pobres mineros, que se ganan la miseria y la muerte, de excavación en excavación. Así pues, es lo planificado, dejar el dinero transportado, subir el oro comprado, y en un vuelo sin escalas, regresar por donde ha llegado, pero estamos de malas, una espesa neblina ha bajado y así, no sirven las alas, por más que se ponga ganas. Con botas bien lustradas, un overhall de admiración y su boina azul de ensoñación, sale el imberbe aviador, con pinta de conquistador, a recorrer las supuestas calles de Nambija, mientras espera sin perder el consuelo, en pronto emprender el vuelo. No llega a 20 pasos, cuando un pestilente lodo ha embadurnado su calzado, también está sudado, no, mojado, y aquello de ser paciente, ya no lo tiene tan latente. Evita hacer malas caras y olvidar el mal olor, pero a cada segundo, a cada paso, se siente más turbado, ahora no es solo el hedor, el ruido de chancadoras, mandíbulas mecánicas con sus monstruosas masticaciones, lo tienen ya acabado, su moral se ha minado. Sorteando varios charcos, entre el lodo mal oliente, su periférica visión, alcanza a llamar su atención, un milagro, un encanto, un primor en este antro. De alentar ilusiones, con tan singular belleza, pasa a deshojar frustraciones, pues entre tanto gavilán, ella ni siquiera a mirar regresa. Lo vuelve a la realidad, una tremenda explosión, piensa, adivina, parece mi corazón, sacude su cabeza y vuelve a la actualidad, es otra mortal estocada, a esta tierra desahuciada, más túneles, minas y oro, menos naturaleza, agua y paz, nuestro verdadero tesoro. Sortea lodo, esquiva cables, mangueras, de todo, evade letrinas, burdeles y bares, también guardaespaldas, policías, maleantes, en esta miseria de ciudad, construida con avaricia y vanidad, vale el oro, vale la plata, pero la vida no vale nada. El triste aviador regresa, con una gran pena que pesa, aquí se entierra la gente, por su codicia imprudente. Al cielo regresa a ver, el viento ha barrido las nubes, se alista para emprender el regreso, hoy algo nuevo ha aprendido, llegar así a rico no es progreso, aspira llegar a ser, un millonario del querer, tener un constante amor, que día y noche, sólo a él lo regrese a ver. Fin de: Nambija. 9. Cuentos de un Viejo Aviador: Rescate en los Llanganates. Miles de horas voladas, cientos de anécdotas con pacto de sangre guardadas, sustos, emergencias reales o en cabina, es lo que al Viejo Aviador anima, a recordar momentos de alegría y tensión, que vivió en la aviación, y que gracias a la pericia, un poco de diligencia y con el tiempo mucha experiencia, le permitieron colgar botas y guantes, para contar hoy algo viejo y galante, errores, recuerdos y hazañas, que las vivió y voló con gusto y maña. Y aunque esto no rime, pero es cierto, recuerden, que no hay pilotos buenos y pilotos malos, sino vivos y muertos, la decisión es de quien tiene al mando una aeronave de ala rotatoria o fija, y hacer de su vida un sueño gratificante, un vuelo emocionante y un cuento a cada instante. Qué sabia es la naturaleza, nos da una mente ligera, cuando en el recuerdo el dolor impera y atenta con romper la cabeza, por ello para contar este rescate, que inició desde Patate, el Viejo Aviador se aferra a la ficción, pues cuando ya falla la memoria, hay que darle a la imaginación. Desde la escuela había escuchado, que cuando Atahualpa fue apresado, por Pizarro el poderoso conquistador, el pueblo cubrió con oro la talla de su emperador para apelar a que el barbudo español, libere al Inca hijo del sol. Cubierta la habitación con el aurífero metal, hubo una triste traición y en lugar de liberación, por incesto, poligamia, adoración a falsos dioses, y crímenes en contra del rey, en tierra extraña con arcabuces se dictó ley y se produjo el desenlace letal, Rumiñahui su último general, en correcta actitud leal, conocedor del magnicidio fatal, quien traía el oro brillante, de lugares muy distantes de todo el Tahuatinsuyo, cambió de planes, era lo suyo, y con un pueblo enardecido, el Río Milín desvió, caminos y pueblos inundó y aquello que el agua no cubrió, el fuego todo rastro borró. Ya sin vestigio de las huellas de cientos o miles de guerreros, a lomo de soldados por distintos senderos, el tesoro del imperio escondió y para guardar el secreto, entre riscos y peñascos, de esos fieles súbditos, nadie sobrevivió. Todo quedaría en leyenda, si Juan de Valverde no se encomienda, y en el mismo momento de su extremaunción, quiso evitar su condenación, pagando con 70 mil lingotes de oro, del que juraba saber exacta ubicación, pues como soldado de Pizarro y siendo nativa su esposa, hija de un cacique cercano al inca, en el imperio que se desmoronaba, de boca en boca pasaba, acciones, lugares, detalles, del bien escondido tesoro y del bravo pueblo que se inmoló. Desde aquella bárbara gesta, bajo el puente mucha agua ha corrido, pero fue a esa zona siniestra, el primer vuelo solo desde el nido. El Viejo Aviador había escuchado, de los Llanganates leyenda o pasado, pero lo que lo tenía preocupado, era que ni de copiloto allá había volado, y entre sus profundos valles y picos helados, corrían vientos huracanados. Pero como no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, en una tranquila guardia, llegó el inesperado día y en telegrama urgente, ordenaban al entonces Teniente, que vuele muy obediente y en Patate tome un guía, que lo lleve ese mismo día, para un rescate en altas pendientes, en las mismas puertas del averno, en los imposibles Llanganates, de pilotos el mismo infierno. Mientras la ruta inicial volaba y su alma de miedo se angustiaba, al Cotopaxi no prestó atención, su blanca belleza no la vio, y en la misma medida, Illinizas, Corazón o Chimborazo no le produjo admiración, el miedo a volar en el área, lo tenía bajo tensión. Tomó al guía en Patate y en pocos minutos San José de Poaló sobrevoló, para calmar su aflicción, al General Rumiñahui recordó al tiempo que el Río Milín marcaba en su carta de navegación. Con escarpadas evoluciones, sacudió del pensamiento temores, mientras a los Llanganates se enfrentaba, ascendiendo pie a pie, hasta esa mítica entrada. Como afiladas espadas del suelo afloraban paredes verticales e imposibles cumbres de escalar, y desde sus bases miraban con ojos azules gélidas lagunas, por altitud, vientos y altos pajonales, difíciles para aterrizar. Ay mama mía! el Viejo Aviador exclamaba, y luego solo se preguntaba, porqué no escogí aviones? Eso de volar de pista a pista, es asunto de vacaciones, mientras aquí la vida es un juego de azar, y por ilusos turistas rescatar, con ellos y la leyenda del incásico tesoro, congelado te puedes quedar! Dividió la búsqueda en dos partes, con carta en mano y miedo constante, primero la occidental con el embalse de Pisayambo y la laguna El Mirador, el esfuerzo se reflejaba en sudor, un solo reconocimiento, turbulencia, viento y un descanso reparador. En la parte oriental, la topografía requería concentración total, la Reserva de Habitagua presentaba dificultades de sobrevuelo y como ya el Viejo Aviador no tenía consuelo, presentía que en este sector el rescate se iba a dar. Aterrice allí dijo el guía, que lindo! Él por altitud y aerología no sufría, pero en cálculos de peso y balance, para esa aeronave no daba alcance, sin embargo alrededor del pico evolucionó, al tiempo de retener la imperante necesidad de micción, y en pérfido pensamiento, angustiado rezaba para que le ayude el viento. Catorce mil doscientos pies suspiró, sobrepasa el techo de aterrizaje, con pena concluyó mientras hacía un pasaje, los cálculos recién comenzaban, pros y contras en una balanza pesaban, regresar sin el andinista a rescatar, imposible de pensar, pero intentar aterrizar y después del impacto pedir que un buen piloto los vaya a rescatar, ay! Qué dilema nuevamente a calcular y rezar. No había mucho que pensar, aproximación con ángulo fuerte, tomar el viento de frente, hasta los patines posar, qué vientos, qué pendientes, ojalá la historia no cuente, que un imberbe piloto, valiente pero algo tonto, por intentar un rescate, dio con su vida, guía y aeronave, todo al traste. Pero el milagro llegó, con toda su potencia, el ligero helicóptero se asentó, pasaron mil años en un segundo, hasta recobrar el control. Paró solo el rotor y encendido dejó el motor, pues a esa presión atmosférica y altura, no reenciende ni con misa ni con cura. Fungió como rescatista y con el guía, fue por el andinista, zapatero a tu zapato, fue lo primero que pensó, cuando en húmedos pajonales, entre roca y lodo rodó. Para no alargar la historia, maltrecho y con hipotermia, al turista encontraron, vaya, que el gringo era pesado, para dos rescatistas enlodados. Ahora había que salir, otra vez el Viejo Aviador a sufrir, el combustible iba mermando, y el viento de frente no se daba por enterado, cuando este finalmente llegó, sin pensarlo dos veces, con toda su potencia, apenas la aeronave se elevaba, mientras la nariz al vacío clavaba, para lograr velocidad, mientras guía y rescatado gritaban, pensando que ese era el final, y sí, por hoy este es el final del rescate en los Llanganates de un viejo y atrevido aviador. Queda con deuda pendiente, ese antiguo Teniente, para terminar por contar, si es leyenda o verdad, aquel mentado tesoro, de la época colonial. Fin de: Rescate en los Llanganates. 10. Cuentos de un Viejo Aviador: Solo y peligroso. Olas y barras, porras y hurras, que alrededor de una cancha, del jugador el corazón ensancha, son parte de ese alimento, necesarios en el preciso momento, que un equipo debe tomar, si quiere en el campo triunfar, en la misma medida, cada carta recibida, ha sido la voz de aliento, el coro en el corazón, que motiva al pensamiento, a escribir con más pasión, gracias por sus misivas, nos llenan el alma de vida, generando en nosotros una actitud de reciprocidad, y actuar en consecuencia con mayor responsabilidad. Saludos del Viejo Aviador, que en lugar de sangre tiene tinta, para expresarles todo su amor, aunque ya no vuela ni tiene pinta. A título personal, el Viejo Aviador festeja, solo en su cubículo, que es un octogenario de artículos, tengan presente que no es queja, sino la dulce sensación, o a veces la eufórica emoción, de mantenerse dedicado a escribir, sin más meta que divertir, que ello no es poca cosa, ni actividad engorrosa, para este sencillo cuento, hay disciplina y esfuerzo, jugar con sinónimos y antónimos; más ortografía y menos caligrafía; imaginar, rimar y tipiar; borrar y nuevamente pegar; levantar el polvo del pasado; buscar entre pliegues olvidados, aquello que en un recuerdo distante, fue situación apremiante, como la del cuento que voy a contar, y espero les pueda gustar. Volar solo fue agradable, aunque asunto no muy saludable, lo primero por ser un desafío, en el que la toma de decisiones, trae muchas emociones, para solucionar solos un lío. Pero el miedo tiene sabor, cuando en vuelo solitario, pasa algo temerario, y se debe tragar ese amargo temor, secándose a veces la boca, que un desierto en los labios provoca, ante un peligro inminente, que acabe con este humano contingente. A fin de ganar experiencia, horas de vuelo que es nuestra ciencia, el hiperactivo joven emplumado, se anotó una comisión al Putumayo, hasta ahí todo iba bien, el problema es que no había con quién, y como el abastecimiento se requería urgente, solo salió el atolondrado subteniente, qué no se hacía entonces!, por mantenerse colgado en el aire, que siga el vuelo y no pare, en costa, sierra y oriente, con viento de cola o de frente, con lluvia o sol reluciente, vuelos de mantenimiento o abastecimiento, allá en ese tiempo distante, era lo más importante, tener a esos fierros como amante. Cada perno o cañería, instrumento o batería; control de combustible, circuito eléctrico o fusibles; rotor principal o eje transversal; sistemas de comunicación y otros de navegación; manuales, antenas, repuestos, todo equipo en su puesto; eran motivo de preocupación, en el mundo de la aviación. En plena línea ecuatorial, los rayos caían a plomo, pero el entonces joven aviador tenía mucho aplomo, para enfrentar ese sol tropical. Desde la base de operaciones, hasta el destino final, no había más emociones, que una recta mortal, con una hora treinta por cada viaje, otro tanto para regresar, apenas el tiempo para gasear, pero no para almorzar, y de ello se requería, tres vuelos para ese día, total nueve horas de vuelo, pensaba el joven piloto, un rico caramelo. Altitud y velocidad constante, rumbo fijo como buen navegante, un chequeo cruzado, cada cierto tiempo estimado, de todos los instrumentos, para reaccionar a una emergencia a tiempo, sin más comunicación o control, que el constante ruido del motor. Sin previo aviso, ni declaración de guerra, un enemigo apareció en escena, el peligro era inminente, pues bajo el astro rey inclemente, el vuelo solitario, y mucho de cansancio, se presentó así de improviso, un sueño reparador, apenas si escuchaba el rotor, qué delicia y descanso!, solo sobre ese verde remanso. Los parámetros de vuelo, en un parpadeo se habían perdido, al diablo se habían ido, el helicóptero caía en picada, sobre la velocidad a no exceder, en ese bello atardecer, las vibraciones aumentaban, con cada nudo de velocidad que ganaba, cuando tal vez por un milagro, cabeceó en ese rico sueño, despertándose cerca… muy cerca del suelo, con árboles gigantes, a los que abrazaría en un par de instantes, y en su instinto de una décima de segundo, reaccionó lo mejor que pudo, elevando la nariz de la aeronave, y como el flapeo de un ave, se elevó hacia el firmamento, pasando así un susto de tormento. El solitario aviador, niveló nuevamente el vuelo, pero sentía desconsuelo, porque arreciaba el sopor, una parsimoniosa modorra, y apenas llevaba dos horas, en un calor de infierno, rutina y aburrimiento. Volvió a ceder al cansancio, los párpados se cerraron despacio, pero con la muerte cerca y rondando, se sacudió y se fue despabilando, cantaba canciones de cuartel, y hasta un tango de Gardel, lo que sea que le venga en mente, para mantener la atención latente. Fue una lucha implacable, con un enemigo abominable, al que no podía ver, pero lo hacía estremecer, más aún estar en sus brazos quería, y a momentos nuevamente cabeceaba y se dormía. Apenas llegó a su destino, aterrizó y se fue al casino, ahora sí a dormir a pierna suelta, y en un par de horas iniciar otra vuelta, ya como hombre nuevo, listo y dispuesto al vuelo, por lo que hay que reconocer, y saber obedecer, a la sabia naturaleza, para no dejarse vencer, del cansancio con el cual podemos perecer. Fin de: Solo y peligroso. 11. Cuentos de un Viejo Aviador: Tigrillo. De los dones más preciados, la libertad tiene un lugar privilegiado, no debe existir ser humano o animal, al que se le coarte esa posibilidad. La violencia es otro elemento, que debemos erradicar, solo trae muerte y lamento, y secuestra nuestra dignidad. Por ello el Viejo Aviador, insiste en hablarles de amor, de respeto y confianza, para vivir en un mundo diferente y lleno de esperanza. Si algo te causa pena, y crees que puedes mudarlo, pon tu granito de arena, y forma parte del cambio, y eso es este cuento, no solo hablar, sino actuar, te atreves? El recurso natural, que más se debe explotar, es la buena voluntad y la capacidad de amar. Cuando logremos ese objetivo, disminuirá la ansiedad, orgullo y vanidad, para disfrutar un mundo tranquilo. Pero la fatídica obsesión, de querer más de lo que se puede consumir, induce a un intenso sufrir, creando en lugar de placer, dolor y maldición. Y en esa profunda desesperación, de querer alcanzar, más de lo que podemos abarcar, con esta efímera humanidad, devastamos campos, talamos bosques, contaminamos mares, envenenamos ríos, cazamos especies en extinción, todo producto de la ambición., en aras de la riqueza y poder y a la Pacha Mama hacemos padecer. Antes de iniciar con un sencillo rescate, un recuerdo, algo nimio, un disparate, no puedo más callar, tengo que manifestar, mi profundo pesar, el más intenso rechazo, por la brutal matanza, asesinato y venganza, que sufre el pueblo sirio, y pido que pare el martirio, que con armas lo acosan y con mucho odio destrozan, a tanta gente inocente, que quisiera gozar de un justo presente, que el esfuerzo no sea vano, y pronto los abandone el tirano. En esta hora de dolor, toda la energía positiva, para que el pueblo sirio viva, con respeto y amor, que alcance una justa paz, tanto al interior como en las alturas del Golán, son los deseos de este Viejo Aviador, que ha vivido un conflicto, y sabe que de allí nadie sale invicto, más bien todos pierden, ingenuidad, derecho y dignidad, no nos sintamos ajenos, a esa lejana guerra civil, masacrar a un pueblo es el recurso más vil, donde quienes más sufren y mueren son los indefensos, ingenuos y más pequeños. Cuando el joven emplumado, sus primeras horas hubo volado, visitó la Amazonía, que verde e intensa se erguía, sobre montes y laderas, aprovechando el agua en las riveras, pero conforme pasaban los años, a la naturaleza se hacía daño, y en nombre del desarrollo, se contaminaba hasta el último arroyo, talando árboles, vendiendo exóticas aves, monos, tortugas, tucanes, y donde hubo una selva exuberante, hoy ya no hay árboles que den sombra ni pericos que canten, así avanza la destrucción, en nombre de la civilización. Cumplida una misión de abastecimiento, regresaba el Viejo Aviador, sin poder sacar de su pensamiento, la debacle de la selva y su profundo dolor. Pero lo que en ese preciso momento lo preocupaba, era un cachorro de tigrillo, manchas negras y fondo amarillo, que en la cabina del helicóptero llevaba, lo habían salvado, mientras su madre lo amamantaba, y con un preciso tiro, un cazador furtivo, a esa hembra asesinaba. La pregunta lo consumía, qué hacer con esta cría? En Quito no sobreviviría, pero si lo hacía, qué hacer si como era lógico crecía? Como padre abnegado, dejó al gatito encargado, en un batallón de selva, hasta que el felino crezca, para luego insertarlo, del mismo lugar que lo hubo rescatado. Le parecía indigno, dejar a este gran minino, a cargo de un domador, quien con látigo y dolor, intentaría domesticar, a este bello animal. Tampoco le parecía lógico, entregarlo a un zoológico, donde pagaría con prisión, sintiéndose un bicho raro en permanente observación, sin delito cometido, acusación, juicio ni testigos, hasta que con menos pena y más suerte, le llegue la solitaria muerte, qué dilema y consternación, no encontrar una justa solución. Había pasado dos meses, desde que dejó al hermoso felino, penando como inquilino, en una triste jaula por destino. No había delicia de la ciudad, mimos o vanidad, que calme su necesidad, de liberar a aquel gran predador, por naturaleza cazador, de la selva amo y señor. Apenas tuvo oportunidad, de volar en comisión, pasó por el mismo batallón, para agradecer la hospitalidad, que habían facilitado, a ese tigrillo atrapado, pero ya no se lo querían entregar, se había hecho popular, según se decía, se había convertido en el ícono, la insignia de aquella unidad militar, pero el entristecido animal, apenas si podía ronronear, entre barrotes reducido, caminaba, gemía enloquecido. En el primer descuido, junto a su mecánico de vuelo, abrió la jaula como pudo, y con una red de carga al gancho, una dosis de valor y mucho de temor, un par de arañazos, forcejeo y sudor, una mordida en el brazo, se lo amarró con un lazo, se hicieron del cachorro, que no quería cooperar, aún cuando se lo iba a salvar, Ay repetía el mecánico, como muerde este animal! Con la pérdida de la mascota, justo a la hora del rancho, y antes que toquen zafarrancho, despegó el helicóptero río abajo del Coca, y lo más alejado de pueblos, carreteras o pozos petroleros, aterrizaron en un claro de selva, de las orillas del río Napo muy cerca, para sacarle del saco, a ese tigrillo asustado, que como alma que lleva el diablo, tan pronto sintió la jungla, se perdió en ella como si no la hubiera abandonado nunca. Una vez más se había alcanzado, el objetivo deseado, el éxito en otra misión, hasta una próxima ocasión. Fin de: Tigrillo. 12. Cuentos de un Viejo Aviador: Villa cariño. Antes de criticar, es mejor tomarse un tiempo y respirar, luego intentar vislumbrar, qué obliga a las personas a actuar, en contra de su humanidad. El Viejo Aviador ha preparado y reparado, un pequeño relato, de un lugar clandestino, denominado Villa Cariño, aprovechando la ventaja, de poder arreglar una casa, con algo de ilusión, sin dinero ni materiales, pero con unos cuantos quintales, de pura imaginación. Aunque esta profesión, nació con la humanidad, en más de una nación, padece ilegalidad. Pero no habrá constitución, que pueda negar la razón que sobre el sexo manda, la oferta y la demanda. Y en todos aquellos lugares, donde es prohibida esta actividad, hay más lupanares, y bulle el amor pagado en la clandestinidad. En tantos lugares visitados, bajo este mismo sol, por donde se hubo caminado o volado, la compra y venta del amor, es asunto diario. Si ello no se ha acabado, es por una sencilla circunstancia, los jefes van camuflados, y el resto también va, más no presta importancia, así nadie sale acusado, todos se toman un trago y asunto pronto olvidado. La solución está a la mano, para evitar este flagelo humano, es cuestión de pobreza por mala distribución de riqueza, falta de educación y de los líderes mala inversión. Cada país malgasta, montañas de presupuesto, en obsoleto y vetusto armamento, mientras que al mismo tiempo, analfabetismo y mala nutrición, diezman la población, acabando con toda oportunidad, de un futuro con dignidad, y entre otros vejámenes o apocalípticos jinetes, hambre y prostitución arremeten, contra un pueblo anémico e indiferente. No sé por qué insultamos, diciendo hijo de p…., cuando son solo seres humanos, víctimas de una sociedad que ante el abuso ni siquiera se inmuta. Para aplacar el dolor, de ser cruelmente acusadas, abusadas y maltratadas, el iniciativo Aviador emplumado, que les tiene un respeto bien guardado, pulsando su antiguo teclado, y su software robóticamente hablado, reconstruye Villa Cariño, especial nominativo, que cerca de los cuarteles, un grupo de mujeres, ofrecen ocultos placeres. Con una vasta experiencia, en esta antigua ciencia, han escrito un reglamento, para que cumplan los soldados del regimiento, quienes con alto espíritu militar, lo cumplen a cabalidad. De una casa abandonada, del batallón justo a la entrada, han usado la madera, de antiguos contenedores, para organizar una sala de espera, de los más distintos colores. Para un par de ventanas, que no detenían al viento, con agujeros por donde insectos, toda la casa llenaban, un soldado enamorado, trajo una malla transparente, que detenga tanto mosquito inclemente, y permita el servicio adecuado. Un radio de campaña, sintonizado en la justa frecuencia, daba la voz de alarma, cuando perdiendo la paciencia, el comandante inspeccionaba, la presencia no deseada, de soldados en esta prohibida dependencia, al menos de lunes a viernes, donde la testosterona inflama, barracas, bodegas y camas, esperando por quien los alivia y entretiene. Con una que otra donación y 69 retazos, un par de luces de neón, y en cada cortina unos coquetos lazos, Villa Cariño atiende, confidencias que nadie entiende, de amores tristemente perdidos, quejas, problemas y mil un quejidos, presta regazos para llorar, injusticias de la vida militar, un salón como casino, para cartas, ruleta y un vino, oficina para prestar dinero, si por necesidad o apuro no alcanza al próximo cajero, y una pequeña cafetería, si lo que espera es compañía. Allí no hay distinción, por jerarquía o graduación, subiendo por las gradas, eso sí que es cuento de hadas, baile de los siete velos, para amores y otros consuelos, risas, cuchicheos, sábanas revueltas, más de una pirueta, cupidos atrapados, soldados enamorados, relatos de viejas batallas o conatos de batallas con viejas, en fin el segundo piso es un manicomio, donde todo pasa menos matrimonio. Sería lo ideal, con el teclado no tener que arreglar, una casa como este lugar, pero hasta que llegue el día, donde se haga realidad la utopía, en lugar de trabajar en la calle, es mejor que se organicen y un lugar como Villa Cariño pronto hallen. Fin de: Villa Cariño. 13. Cuentos de un Viejo Aviador: Reventador. Dice un viejo adagio, bonito para el contagio, que todo marinero tiene, en cada puerto un amor que lo retiene, pero para el Viejo Aviador, que ha volado en cien aeropuertos, solo le quedan recuerdos inciertos, y desde el aire, el vuelo es su único amor. Cada vez que se encontraba, cerca de una conquista, ya pronto para tomar pista, la dama se le volaba, por las razones más increíbles, que ayer lloró y hoy son risibles. En esta ocasión, contaré una confesión, que por salvarlo de la tentación o tal vez por vocación, luego de la erupción, del Volcán Reventador, quedó sin ese incipiente amor, pero sí con una gran evacuación, que muchas vidas salvó. Entre recuerdos inciertos, de una juventud disfrutada, por esas brumas del tiempo, aparecen difusas horas voladas. Es motivo de confesión, explicar que en un alterno libro de vuelo, no se describen las horas en aviación, sino aquellas gozadas en el suelo, y es lo que el Viejo Aviador, hoy les quería contar, pero la tierra se puso a temblar, y no por una idílica noche de amor, sino por un descomunal temblor. En plena explotación del éxito, gracias a la poesía y al léxico, a un sorbito de ron, para entibiar el corazón, se encontraba el joven emplumado, con su overhall arrugado, realizando un reconocimiento, de aquellos que quitan el aliento, suben la adrenalina y al romance animan. Pero como era tradición, presentía que algo iba a suceder, tanta suerte no podía ser, hasta que lo imprevisible sucedió, las réplicas de un terremoto, desde algún lugar remoto, hicieron estremecer, un amplio y mullido sillón, dispuesto para el querer, pero con tanto ajetreo quedaría para otra ocasión. Triste y desanimado, temblando aún postes y cableado, regresó a su base antes del amanecer, en cumplimiento de su deber. Cerca de la línea ecuatorial, en la cordillera oriental, se encuentra un volcán activo, el humeante Reventador, que surge de la selva altivo, teniendo como vecino, al oleoducto trasandino, que transporta el hidrocarburo, desde la profunda Amazonía, hasta una lejana refinería. Aún le dolía la cabeza, cuando salió de Quito a Papallacta y Baeza, para iniciar la búsqueda y rescate, que en el preciso lugar de la tragedia era impactante, pues luego del primer sacudón, se vino un tremendo aluvión, que represó el Río Quijos, anegando una extensa quebrada, y lo que el terremoto no hizo, lo desbarató la posterior avalancha, dejando a su paso muerte e infraestructura destrozada. Era del Viejo Aviador, su primer rescate en un bimotor, y tanto de él sabía, como de economía o filosofía, pero sería copiloto de una tripulación, hasta el final de esa comisión, donde 30 días volaría, sin cambio de ropa ni lavandería. Antes de la primera extracción, tenía una importante misión, llegar a la Base de El Salado, donde mucho petróleo ya se había derramado, y cerrar la válvula de bombeo, de aquel candente oro negro. El lugar estaba devastado, enormes tanques de almacenamiento se encontraban fisurados, y el único lugar para aterrizar, donde las tres ruedas se podía posar, constituía la carretera, que tenía tantas grietas, tantas que el espacio plano parecían aisladas mesetas. El piloto con mucha destreza y habilidad, el tren de aterrizaje pudo posar, y gritando suyos los mandos, sobre cíclico, potencia y pedales temblando, dejó al joven aviador rezando, mientras animaba y acompañaba, a unos ingenieros petroleros, que inmovilizados por el terror y el miedo, rehusaban abandonar la cabina de pasajeros. Finalmente piloto e ingenieros salieron, armados con valentía y decisión, a sellar el bombeo en la estación, hasta una futura reconstrucción. Mientras ello sucedía, el joven aviador solo en la cabina enloquecía, con luces e instrumentos que apenas conocía, y una cercana montaña que encima ya se les venía, por lo que rezaba al todo poderoso, para salir de ese lugar tenebroso. A la distancia vio que venían, que no caminaban, corrían y a veces rodaban, se incorporaban y nuevamente caían, con cada nueva réplica telúrica, que no era la primera ni la última. Como en una superficie de papel, nuevas rayas se dibujaban a granel, grietas que iban y venían, se ensanchaban y crecían desde y hacia la aeronave, mientras que al copiloto el terror ya más no le cabe, en un imperceptible vuelo estacionario, acerca el helicóptero en vuelo temerario, para que los ingenieros y comandante embarquen y despegar de allí cuanto antes. Primera misión cumplida, pero apenas si empieza el día, los vuelos se repiten, aquí, allá, donde se necesiten, niños, mujeres evacuados, los hombres esperan desesperados, el trabajo es incesante, pero no hay cuerpo que aguante, se vuela hasta la puesta del sol, esperando a la mañana siguiente, por los rescates pendientes. 30 días las botas sin brillo, y sin vergüenza con el mismo calzoncillo, tiempo en que al límite de la resistencia, por lograr de aquellos pueblos su supervivencia. Fin de: Reventador. 14. Cuentos de un Viejo Aviador: Un stripper en Nueva Orleans. Sin una palabra en la mente, me siento frente al monitor, porque la historia presente, no sé si es de obsesión, confusión o terror. Contarla es como arrancar, un pedazo de memoria, tal vez como quitar, fotografías a una antigua historia. Entre brumas de olvido y borrones del pasado, en sepia percibo lo vivido de un instante añorado. Un par de pilotos ilusionados, una beca habían ganado en un fuerte americano y estudiaban de sol a sol, para mantener su reputación hecha todo un crisol. Con tanto por conocer, en los libros se habían clavado, y una vez que el objetivo se hubo alcanzado, consideraron un viaje de placer. Sí estimado lector, uno de ellos era el Viejo Aviador, el otro, su compañero y fiel amigo, más conocido como el Gato, también viejo y volador. En su condición de estudiantes, no había plata que aguante, por lo que el viaje a realizar, tenía nada de comprar, poco de beber y comer, otro tanto de conocer y mucho de tan solo mirar. En esta filosofía de ahorro y tenaz supervivencia, donde el dólar brillaba por su ausencia, visitar un museo era un logro, al que había que ir por presencia y decoro, suspiro tan solo de pensar, que triste el bolsillo de este par. Poniendo a la verdad de por medio, era el Viejo Aviador, devoto de la Virgen del codo, es decir se daba modo, para no egresar un dólar, ni siquiera medio! Mientras el Gato maneja, el copiloto no pega ceja, todo es emocionante, qué autopista!, qué paisaje!, uy! Ahí viene un peaje, de pronto el copiloto se ha dormido, y quien va al volante, no le queda otra, saca la penúltima moneda de su íngrimo bolsillo. French Quarter destino obligado, al llegar a Nueva Orleans, de pilotos lugar deseado, un barrio lleno de alegría, turistas y locales son pura simpatía, aquí se habla español, francés y hasta inglés, es el mundo de revés, un carnaval permanente, la fiesta se vive, se siente. Absortos y turbados, el Gato y el Viejo Aviador, pie a tierra han echado, miran con gran estupor anuncios y luces de neón, ofreciendo instantáneos momentos de amor, esto no es cuento, ni tardía confesión o lamento, sexo a discreción, chicas, chicos, en fin, desenfrenada diversión, bienvenido a Bourbon Street, la calle del hedonismo, capital del erotismo, de la lujuria cuartel general, de Sodoma y Gomorra es su capital. La vamos a pasar muy mal, dijo el Gato con fingida preocupación, mientras cruzaban el umbral de un striptease que llamó su atención, pase que es gratis la función, fue lo que indujo al Gato y al Viejo Aviador en el intrincado mundo de una nueva confusión. Con el pecado en la mente, junto a la barra se ubicaron con un deseo ferviente, esperando la primera rubia ardiente, que les encienda el subconsciente, y sí, la primera rubia llegó, un vaso helado de cerveza, 20 dólares de cover el mesero exigió, a tiempo para enfriar sus cabezas. A sus espaldas, la multitud iba llegando, mesa a mesa el local se iba llenando, un murmullo los últimos recodos copaba, qué emoción! Qué gusto! La fiesta se animaba, el tubo, la pista, para el público ya estaba lista. Oye Gato, confesó el Viejo Aviador, esto es un antro, tranquilo, lo calmó el cosmopolita Gato, que esto se enciende, la noche es ya un furor, de pronto la música cesó, luces y cuchicheos se apagaron, quedando solo un haz de luz blanco e intenso, allí justo en pleno centro, y como por arte de magia, con distinguida elegancia, entre una columna de humo, un maestro de ceremonias muy prieto, fornido y galante apareció. Sin saber cómo ni cuándo, una erótica música con sus notas a todos atrapó, al tiempo que el supuesto presentador, con movimiento sensual al compás de la excitante melodía, una a una, las prendas de su smoking votó, exhibiendo orgulloso bíceps, tríceps, cuádriceps, pectorales de todo un campeón, un Adonis, un Dorian Grey o Rambo en toda regla y, sí, estimado lector, en una diminuta tanga quedó. El Gato y el Viejo Aviador, más por envidia, de una sola pieza habían quedado, no así la mayoría de aquel lugar, que entre gritos, silbidos y un intenso aullar, las sillas del lugar a la barra habían acercado, se sentía un intenso bramar, que hasta el suelo se puso a temblar. Fue muy tarde cuando los confundidos pilotos regresaron a ver, faldas, aretes, perfumes, todo allí olía a mujer, Oh, qué horror! Qué espanto! Lascivia pura, erotismo desbocado, las féminas han perdido la cordura, tocan cada parte de esa portentosa musculatura, huelen, acarician, arranchan, pantorrillas por aquí, cintura, abdomen, glúteos por acá, asalto final sobre su bocado. No lo puedo creer, entre la música grita el Gato, septuagenarias, octogenarias abuelitas, que las imaginaba entre coser y tejer, se pelean por una rosadita, para sus lentes bifocales entre los muslos del stripper poner, y de allí ellas mismas se lo sacan, aspiran, suspiran y se los vuelven a colocar, esta vez para poder ver. Aunque el Stripper es un hombre musculado, por la geriátrica jauría se ve superado, hacia la puerta de escape con desespero mira, y con envidia ve la huida, de un par de asustados y confundidos pilotos, que por gratis, en lugar de un striptease de rubias beldades, la muerte vieron por poco. Sin respirar, sin hacer ruido, los dos aviadores han huido, te juro, no sabía, que un lugar así existía, va diciendo el Gato, mientras apresuran el paso, poniendo distancia entre abuelitas y un stripper vapuleado, la próxima pide el Viejo Aviador al Gato, solo vamos a Disney para entretenernos un rato. Fin de: Un stripper en Nueva Orleans. 15. Cuentos de un Viejo Aviador: Stavanger. Cruzando husos horarios las ideas fluyen, mientras entre nubes y estratos al cerebro las ideas suben, siendo este acto de mecánico procedimiento, una ayuda para leer el pensamiento, o tal vez el complicado funcionamiento, de pasajeros en otro espacio y tiempo. Unos leen la prensa, se siente como el estrés los apresa, otros un poco aburridos, desesperan por un cigarrillo, mientras sentada a la ventana, una turista se afana, para que el tiempo le alcance y saber el desenlace de una novela, que durante el vuelo la ha tenido en vela, los más un grupo de aburridos, esperan, desesperan, miran por el pasillo y sólo escuchan zumbidos, claro, falta el Viejo Aviador, que vergüenza profana mentes sin pudor, unos vienen por vacaciones, otros a solucionar preocupaciones, escuchando de cada asiento pensamientos de amor, qué susto, qué miedo, en otros sentimientos de auténtico horror, o eso es lo que él piensa, para no caer en las ansias y perder la paciencia, juega con su falsa creencia, de leer lo que otros piensan, pero la angustia lo vence, aunque él mismo no se convence, lo tiene inquieto la curiosidad por conocer esa ciudad, donde hará realidad un sueño, al recibir una excelente capacitación, en el amplio mundo de la aviación. Pero por hoy, a otro perro con ese hueso, o por el tamaño, a otro ratón con ese queso, contaré una confusión, que sucedió en tiempo de confesión, no importa, el lugar de los pecados, no altera el resultado. Finalmente la aeronave ha llegado, al fin del Atlántico al otro lado, y a cada paso dado, lo nuevo o diferente lo tiene abismado, comenzando por el idioma, que no lo escucha ni entona, ni qué decir del tiempo, es la transición entre otoño e invierno, muy diferente a lo normal, para quienes vienen de clima tropical. La compañía del simulador, todo lo tiene organizado, y ya espera el vehículo alquilado para el copiloto y el Viejo Aviador, quienes salen del aeropuerto, en dirección a Stavanger, un hermoso puerto. Lo que no estaba previsto, era la hora de llegada, media noche, frío y la primera nevada, así entumecido el piloto o conductor es poco listo, y mientras en una cerrada noche maneja perdido, su desesperada imaginación lo ha convencido, que es aquí donde le espera la pijama de madera. Desesperado despierta a su cómoda tripulación, pues hay que salir de esta difícil situación, con el glacial frío no hay quien hable, y para colmo el nombre de cada calle es impronunciable. Ave María y Padre nuestro, qué destino más siniestro, para esto no hay manual, que los libre de este mal, pero el copiloto pide con fe y allí mismo aparece el hotel. A la mañana siguiente, para calmar un poco cuerpo y mente, quieren pasear junto al mar, mas océano y cielo comienzan a bramar, pero aquí todo es roca, además de un intenso viento, que ruge como lamento, es hora de retacar, pues sus huesos se comienzan a congelar. Para facilitar su movimiento, dejan el carro en el estacionamiento y toman un autobús al centro de la ciudad, para dar a su tour continuidad. La organización y limpieza los impresiona, pero lo que más los emociona, son dos vikingas bellezas, que en un santiamén los ha hecho perder la cabeza, y actuando en consecuencia, de un enamoramiento fugaz y de clara demencia, el piloto más joven y de menor experiencia, en un reflejo verbal que no puede parar, con un vocabulario vulgar se dedica a aclamar y admirar, todas las féminas virtudes, caderas, pechos, ojos azules; que se calle yo le ruego, pero continúa con la seguridad, que en ese transporte por unanimidad, solo se habla noruego. Las dos jóvenes bellezas, sin alterar su tranquila naturaleza, en un español más claro que un ibérico nativo, agradecen el cumplido, dejando un corazón herido con la flecha de Cupido y una vergüenza mortal, al haberse expresado tan mal. El Viejo Aviador entra en emergencia, pues el copiloto ha perdido allí mismo la conciencia, aquel inesperado desmayo, cayó al imberbe piloto como un rayo, fue mucho para un primer momento con esa nórdica muchacha, del primor un monumento y para el amor puro talento. Fin de: Stavanger. 16. Cuentos de un Viejo Aviador: Simulador de vuelo. El Viejo Aviador ha regresado a contar historias del pasado, amargos y gratos momentos, que los lleva en su pensamiento, para traerlos al presente, tiene al Correo del Chagra como confidente, y entre uno que otro intento o amago, ganas de callar o rezago, va de a poco la lengua soltando y nuestro corresponsal todo va grabando, teniendo como resultado, este cuento partes recordado y otras que no sabemos… inventado. Instrumentos y luces en infinidad, como un árbol de navidad, palancas, pedales, filtros, manuales; revoluciones, voltajes, alturas y velocidades; saber su exacto funcionamiento, es motivo de este cuento. Esta estructura genial, tiene nombre de animal, no es un enorme felino, pero es como un gato arrogante, veloz, silencioso y ágil, dispone un tren retráctil, tiene palas como un molino, es un helicóptero gigante, con motores uno y dos, se asciende hasta alcanzar a Dios! es la aeronave que vuela, el Viejo Aviador desde su escuela. Para lograr su lectura y comprensión, usa la disociación de la atención, mira luces en el panel, que lo tiene frente a él, instrumentos a izquierda y derecha, más allá la hora y hasta la fecha, entre miembros de la tripulación, el panel de comunicación, y para variar en el techo, más instrumentos, Dios, que he hecho! No me quejo, este aparato es complejo, circuit brakes atrás, extinguidores, bombas hidráulicas y más, el resto ya no me acuerdo, pero para volarlo hay que estar bien cuerdo. Para alcanzar correcta pro eficiencia, se requiere estudio, entrenamiento y ciencia, un tanto de habilidad y, no miento, en las posaderas sensibilidad, y es que hay que volar con responsabilidad, pues se transporta pasajeros, por lo que en cada vuelo hay mucho esmero. Antes del simulador de vuelo, se estudia electrónica y mecánica, bastante de aerodinámica, la fase inicial de vuelo, emergencias, selva, montaña y operaciones de asalto aéreo, solo entonces alista uno pasaporte, al otro lado del orbe, desde la línea ecuatorial hasta el mismo círculo polar, un lugar frío y distante, pero igual de emocionante, en Stavanger, Noruega, el Viejo Aviador piensa, el esfuerzo valió la pena. Piloto, copiloto y mecánico de a bordo, son miembros de la tripulación, que cumplen ésta lejana misión, aclaro, el copiloto algo sordo, y ahora que recuerdo también un poco gordo. En un hangar especial, que tiene pinta de base espacial, se encuentra una enorme araña, tiene por patas gigantes pistones, que cosa más extraña, y en el centro de tal andamiaje, una cabina para simular el viaje, donde se escucha un sonido hidráulico, será del arácnido ese su cántico? Pasado el impacto inicial, la Ecuadorian Crew inicia su clase puntual, del noruego al español se salva la comunicación, con un inglés básico de aviación, y cumplida la instrucción en suelo, se pasa al simulador de vuelo. Pregunta el piloto noruego, si antes del primer paseo, requerimos parches contra el mareo, todos negamos pensando que es un chiste o juego, nuestro falso concepto de valor la ayuda ha negado, en esa parte del pensamiento todavía no hemos evolucionado, pero estamos mal informados, ya lo veremos luego. La cabina del simulador, es idéntica al helicóptero en su interior, y en lugar de ventanas, todas ellas son pantallas, que simulan un vuelo regular, sin un real intento de despegar, siendo la filosofía de este equipo nuevo, volar sin levantar el vuelo, ahorrando recursos por millones, incrementando la seguridad a borbotones, capacitando así a sus tripulaciones, a cumplir con eficiencia sus misiones. Es impresionante, el sonido de motores y rotores, que generan la sensación de vuelo, se suma la marcación exacta de todos los instrumentos, qué decir de las ventanas, se mira el espacio y hasta el suelo. Todos muy contentos, cumplimos la fase de adaptación, hasta que llega la primera emergencia o auto rotación, nos ponemos en acción, cada cual con su responsabilidad, salimos bien, demostramos nuestra fiabilidad, conocemos al Súper Puma, nacimos en él, es nuestra cuna. Contenta la tripulación, se dispone a darse una ovación, pero una luz de advertencia, los pone otra vez en emergencia, esta vez el grado de dificultad, los obligó a demostrar su habilidad, conocimiento, trabajo en equipo y tranquilidad, lo logran, respiran cansados, pero esto no se ha acabado, apenas si ha empezado. De la fase de aeropuertos, se pasa a confinados helipuertos, a veces en mar, otras en tierra, y hasta con una espesa niebla. El vuelo ahora es nocturno, piloto y copiloto, descansan y vuelan por turno, pero los problemas arrecian, falla de uno y dos motores, la más cruel la de rotores, a veces el aparato estrellan, sudan repiten, de su entereza no queda huella, con ello viene la desorientación espacial, arriba, abajo, izquierda o derecha, todo da vueltas igual, que difícil volar a este torvo animal! La hora de vuelo está por terminar y la Ecuadorian crew necesita su almuerzo arrojar, no quieren siquiera pensar, si así es en la paz, cómo será en la guerra? Al iniciar la segunda hora de vuelo, lo primero que piden es su parche para el mareo, saben la teoría, y en la cabina, hay que actuar con cabeza fría, conforme los minutos van volando, su eficiencia al mando van alcanzando, terminan queriendo a esta mecánica araña, ya por retornar, están que la extrañan, han cumplido su misión, son pilotos al mando, Capitanes de Aviación. Fin de: Simulador de vuelo. 17. Cuentos de un Viejo Aviador: Cicuta. Para hoy he preparado una confesión, de aquellas que suceden en la aviación, recordemos que la historia, no es necesariamente lo que pasó, sino lo que el escritor en su memoria, papeles y escritos guardó. Pero allí radica lo importante, que cuando el cuento es aburrido, o hay partes en una nube de olvido, la imaginación pone al relato interesante, que es lo que espero contenga, esta nueva tribulación del Viejo Aviador para que los entretenga. Aspiro que este vuelo, les sirva de consuelo, y en su imaginación tengan un aterrizaje seguro, en el pasado o tal vez en el futuro. Listos para despegar, luces de cabina apagadas, tripulación asegurada, que ya vamos a volar. Antes y después de Cristo, es la manera de diferenciar, la posibilidad de apreciar, lo que anterior o posterior a esa era se ha vivido o visto. En una sociedad secular, en la aviación en particular, de Cicuta un antes y un después, de los pilotos es tema obligado cada vez, y si lo del Viejo Aviador es historia, lo de Cicuta fue prehistoria, quien hizo honor a su mote, aunque con su pinta no había quien lo note. Leyenda o verdad, suerte o habilidad, era un piloto osado, valiente o despreocupado, volar con él se decía, era una suerte de lotería, en la que a veces… sólo se sufría y en otras se sudaba frío y padecía, y fue ese mito de profesor, que alteró el sistema nervioso, de un piloto deseoso, por volar un poderoso bimotor. En otras circunstancias, era motivo de rivalidad, alcanzar tan joven la responsabilidad, que en Súper Puma ya era ganancia, pero chequearse con un instructor, que por sobrenombre tenía veneno, no era ningún trago bueno, así al vuelo se profese mucho amor. Esta historia ocurrió en Nuevo Rocafuerte, a orillas del Río Napo, donde el Viejo Aviador corrió con suerte, pero de iras casi le da un infarto. Paralelo a la orilla del río, por un chaquiñán muy sombrío, se llegaba desde el campamento petrolero, hasta el pequeño pueblo cuidado con esmero, allí la única autoridad, dispuesta a dar tranquilidad, desde el muelle a la cantina, era la Infantería de Marina. Cansado ya de volar, al límite de la seguridad, que rayaba en la incredulidad, con ese piloto en particular, el entonces joven aviador, no quería acompañar, al pueblo u otro lugar, a su difícil instructor, pero lo escoltó alejado, no por él, sino por la selva, el pueblo y su cuidado. Seguro era fin de semana, pues el pueblo estaba en calma, la brisa del río lamía, el sopor de la Amazonía, sin saber lo que venía. Y era una insufrible melodía, que desde una rockola muy triste llovía, mientras los marineros del destacamento, una cerveza tomaban en el puerto, y con un grito estridente, Cicuta los puso al corriente, que no podían beber, en el cumplimiento de su deber, y sin que medie explicación, trote y flexiones les puso de sanción, mientras un pueblo incrédulo curioseaba, desde atrás de las ventanas, como a la autoridad castigaban, otra de mayor jerarquía, que dejó a los soldados sudorosos, empolvados y en la vía. Cicuta regresó furioso al campamento, mascullando toda clase de lamentos, atrás y con mucha pena, caminando con vergüenza ajena, venía el joven aviador, sudando y muerto de calor. Al llegar al helipuerto más que comunicar bufó, pilotos y mecánicos al hangar, las cosas así no pueden marchar, y desde atrás de su mostacho ladró, no hemos venido de vacaciones, quien salga al pueblo tendrá sanciones, según Cicuta Nuevo Rocafuerte y su modorra, le parecían Sodoma y Gomorra. Una vez llegada la noche, con la restricción ya impuesta, observadores de la orden todo el mundo se acuesta, menos quien gritó el reproche, observa a izquierda y derecha, sintiendo que nadie acecha, en una bicicleta prestada, pone rumbo a Nuevo Rocafuerte, sabe que tiene a la gente asustada, para en la disco echarse un trago fuerte. Apenas ingresa al local, entre luces reconoce soldados, que apenas lo ven salen volados, son los castigados del destacamento naval, Cicuta siente y respira su miedo, es una muestra de poder, su autoridad le gusta ejercer, y que sientan su presencia como mortal asedio. Cervezas van, aguardientes vienen, sonrisas y coqueteos adentro lo detienen, afuera del antro a cántaros llueve, y mientras de tanto libar ya casi no se sostiene, ya no va a poder pedalear, la bici ha desaparecido del lupanar. Es un soldado muy rudo, vencerlo será muy duro, emprende su retirada, en una noche cerrada, rodando por el lodo, avanzando codo a codo, mientras entre risas los marineros dan por vengado, el golpe que se les hubo asestado. Con el alba llega al campamento, en un estado lamentable, no quiere que nadie le hable, no se queja, no hay lamento, apenas se da un baño, para resarcir el daño, prepara un vuelo de reconocimiento exhaustivo, encontrar la bicicleta es su objetivo. No hay pero que valga, ni siquiera quien la planilla paga, él no se dejará vencer, por quien le robó la bici al amanecer! El Viejo Aviador se niega, a volar en esta refriega, pero desde el hangar escucha, que ya ha empezado la lucha, se alista para despegar, con Cicuta la razón no tiene lugar, y para proteger los medios, no queda otro remedio, y el otrora joven aviador, traga saliva y se embarca con valor. Cicuta no discrimina, sobrevuela la selva o la Marina, pasa junto a la orilla, con el rotor levanta una nube de polvareda, del destacamento el techo ya no queda, esto es guerra, una verdadera pesadilla, no hay quién lo ponga en su casilla. Han existido plagas pero como esta ninguna, y como tranquilidad sólo hay una, los marineros votan su trofeo, junto a un pantano muy feo. Con su experta y aguda visión, encuentra la bici robada, y como en la más sublime misión, ordena mecánico al agua, quien cumple su disposición, sin detenerse a pensar, los 30 pies que ha de volar. Se oye un agudo grito, sabe que si no salta está frito, no importan los caimanes, pero que paren los desmanes, lagartos o cocodrilos, creo que de Cicuta han oído, y no desean terminar, como otro trofeo a admirar, así el mecánico valiente, surge del agua maloliente, nada como un poseso, entre algas y un lodo espeso, hasta recuperar el ansiado objetivo, que lo librará de cualquier castigo, rompiendo récord mundial en este intenso trajinar. Nadie lo podía creer, lo obstinado y terco que Cicuta podía ser, a todos les salieron canas, muy temprano esa mañana. Fin de: Cicuta. 18. Cuentos de un Viejo Aviador: Sirena. Lo que tuyo no ha de ser, déjalo correr, no te obsesiones, ni cometas equivocaciones, recuerda que en muchas ocasiones, compartir es el secreto de vivir, no te pongas a sufrir, da rienda suelta a los sentimientos, eso sí sin mucho apasionamiento, recuerda que vida sólo hay una, y como la tuya ninguna! Pongo a tu disposición, otro relato mitad verdad, mitad ficción, te dejo con una confusión, de una Sirena en el mundo de la aviación, que armó una verdadera revolución, en más de un ferviente corazón. Aunque un poquito cursi, es una Ley de Murphy, cuando las cosas van mal, sólo pueden ir peor, y de los males el menor, era la bici y su recuperación triunfal. El vuelo seguía entre pozos petroleros, con la tajante prohibición de salir al pueblo, con la única excepción, del jefe de la aviación, quien después de torturar en vuelo, a un piloto exaltado y al mecánico perturbado, dejaba extenuado en el suelo, al personal de mantenimiento y obreros del campamento. Era parte de su estrategia, pasear cual Cid Campeador, con una muchacha regia, que la quería lejos del joven aviador. Ventajosamente su alta jerarquía, le impedía permanecer mucho tiempo en la Amazonía, así que planificó su evacuación, y apoyarla en la mal llamada civilización. Permítanme presentarles a Sirena, una muchacha que por donde la miren no da pena, por el creador beneficiada o de evolución genética destacada, cada curva venía dibujada con la exactitud deseada, chocolate el color de su piel, para saborearla como un bombón en miel, toda ella una tentación, inteligencia, risa y pasión, recomendada mejor paro y no sigo, acordarse en ausencia sería castigo, recordar obliga a suspirar, de lo que pudo o no pudo pasar, por ello era imposible juzgar, a quien con cuentos se la quiso llevar, caso contrario, que lance la primera piedra, quien no soñó más de una vez con ella. Ella quería quedarse, por el miedo a no adaptarse, pero en su cabeza le metieron pajaritos, si se iba a vivir a Quito, asegurándole que en Nuevo Rocafuerte, no correría con mejor suerte, Sirena estaba en un dilema, y a partir se preparaba con pena, porque también dejaba amores, entre marineros y aviadores, sabía lo que tenía, y lo administraba a quien quería. Bajo esas circunstancias, contaba con muchos admiradores, ingenieros, mecánicos o administradores, y dejarla salir sería cosa de última instancia. Se dibujaban caras de desesperación, la ansiedad los consumía, la Sirena se nos iba, en ese transporte de la aviación, el piloto triunfante desde la cabina miraba, como la Sirena se acercaba, para abordar la aeronave, junto al personal de la base. Todos muy atentos miraban, como película en cámara lenta, como Sirena se acercaba, a la cabina de pasajeros con su maleta. Sin santo a quien rezar, todos se encomendaron a orar, esperando del copiloto el intento, para evitar que Sirena abandone el campamento, entonces el Viejo Aviador, bajó del piloto el volumen del intercomunicador, pidiendo que preste atención al mecánico con su disposición, que con sus audífonos escuchaba una orden desesperada: Escolta a Sirena al helipuerto, ayúdala a subir por la derecha, bájala con cuidado por la puerta izquierda, dile que es para evitar una superstición, en el campo de la aviación, y pasea con ella hasta el puerto. La orden fue cumplida, al tiempo que la cabina, con todo el ajetreo, se llenaba de pasajeros, que salían en turno de vacaciones, a hacer realidad sus emociones. Sirena no se dejaba engañar, pero contenta se dejaba llevar, pues diáfana comprendía que un amor perdía, uno solo por el momento, pero mientras por la otra puerta bajaba, al hacerlo aseguraba, el amor de todos los hombres del campamento, ellos con una ola la recibían, mientras con esa actitud el piloto no comprendía, el motivo de tanta algarabía, cuando él les arrebataba y supuestamente llevaba, esa mujer que todos atesoraban. Apenas Sirena subió y bajó, haciendo debut y despedida, el Viejo Aviador puso el volumen en la correcta medida y gustoso al Coca despegó. Alegre también iba el piloto, a quien habían hecho el oto, pero de la falta de Sirena no se enteraría, hasta el fin de la misión, durante el relevo de tripulación, donde triste comprobaría, que no había Sirena que lo querría. Al piloto lo esperaba, un cómodo y aburrido vuelo de crucero, en un amplio avión de pasajeros, mientras el Viejo Aviador regresaba, a buscar a quien lo amaba… a él y a todo el campamento, después de todo los celos sólo minan, a quien tiene baja su autoestima. Fin de: Sirena. 19. Cartas de un Viejo Aviador, Pedernales. Para comenzar con pie derecho, los animo con un antiguo hecho, sucedido en una madrugada sombría en que la vida ya no valía, y en menos de un milisegundo, la pasión se puso a punto, tal vez fue una proyección, que el pensativo y Viejo Aviador, tuvo durante una misión, en la que lo que necesitaba era nada más que amor. Es un pensamiento prudente, que el entrenamiento sea tan fuerte, al límite del esfuerzo y la fatiga, que cuando al asalto se diga, las operaciones verdaderas, tan solo parezcan una quimera. Esa era la situación, entre bosques y montañas, una brumosa mañana, de comandos y aviación, un veloz despliegue táctico, una incursión por sorpresa, durante el crepúsculo matutino náutico, a un enemigo o supuesta presa. Tropas camufladas, armas preparadas, chalecos antibalas, mil y un granadas, corazones listos y dispuestos, a arrasar pronto con esto, el espíritu de guerra imperaba, en cada actitud y gesto, de antemano la batalla estaba ganada. El helicóptero del Viejo Aviador, era el cuarto y último en formación, con un minuto de separación, viéndose apenas el rotor, de la aeronave que adelante, navegaba en vuelo rasante, quitándole al mar su sopor. Libélulas en columna, entre playas, mar y espuma, era el espléndido paisaje, de este sorpresivo viaje, lateral al Río Pedernales, de piedras blancas muy especiales, y emergiendo sobre la oscura selva, sendas y altivas palmeras, rasgaban el gris lienzo, de un indeciso cielo, que tanto amenazaba vendaval, como un buen sol matinal, y es que en plena línea equinoccial, lo variable, es lo único estable, lluvia o sol da igual. Al interior de la cabina, la visualización de los instrumentos prima, se establece la mínima comunicación, y del mar a 15 pies de separación, maniobras precisas y exactas, comparando a cada segundo la carta, las tareas asignadas tienen una justa distribución, entre los miembros de la tripulación, atrás los combatientes, del desembarco ya están pendientes, con canciones y arengas, no hay quien los detenga. Ya cerca del objetivo, tal vez por la influencia, del rotor y su turbulencia, el mar parece estar vivo, es un húmedo fantasma que abraza, y envuelve la frágil estructura, de cada aeronave que en su premura, forma nubes de agua que a su alrededor danzan. Un primer rayo dispara, desde el horizonte un disco naranja, penetrando su luz intensa, en la estela atomizada, de cada gota de agua, tal parece una escalera, arcoíris o cuarto de esfera, un carnaval multicolor, que avanza desde el rotor, hasta una superficie morena, que es un plácido colchón de arena, y tal cual cuenta la leyenda, allí mismo está el tesoro, más en el trópico no es plata ni oro, sino dos cuerpos sin prendas, en una gran contienda, similar a una operación militar, pero en esta oportunidad es simple y llanamente para amar. El ataque secundario, hace una finta o amago, descuidando toda seguridad, para el asalto final, pero el contendiente no se deja, se revuelca, lucha y jadea, dejan en la arena la huella; de esta batalla o querella, sudan y se enredan… casi exhaustos quedan, pero arremeten con más fuerza, se acarician, abrazan y besan, ya cansados son uno y se confunden, y en las delicias del amor se hunden. Verdad o fantasía, ¿Qué es lo que este piloto veía? Al grito de guerra del escuadrón, como una pompa de jabón, ese milagro de amor, estalla y se desvanece, oh no! Que acabe así no merece, se preguntaba el Viejo Aviador, cuál puede ser la solución?, para que sin dejar la aviación se dedique de lleno al amor, y vaya que si se puede; pasar el día volando; suspirando, escribiendo, evocando; amalgando sinsabores, recuerdos de rotores, mezclando con idílicos amores. Fin de: Pedernales 20. Cuentos de un Viejo Aviador: Sueños concéntricos. En su eterno afán de investigar, de dar un verdadero valor a las cosas e intentar colocar cada cosa en su lugar, el Correo del Chagra ha navegado, por los oníricos campos del Viejo Aviador, y en la misma medida que se forman circulares ondas concéntricas, alrededor del epicentro de una piedra lanzada sobre la superficie del agua, allí ha encontrado, preocupaciones que quitan el sueño y también añoranzas y remedios para arreglar su desvelo. Una vez más, aspiro con esta historia, llamar la atención a la meditación, para lograr vivir con una pizca de armonía, varias gotas de emoción, unos gramos de amor y espolvorear algo de tranquilidad, para una receta sabrosa de felicidad. El Viejo Aviador intenta, salvar un recuerdo pasado, se esfuerza pero lamenta, lo que la memoria le ha negado. Persiste él en su intento, busca señales del recuerdo, para afianzarse en el tiempo, a un santoral se aferra, íconos geográficos enlaza en su mente, para mantener presente, el punto de partida y retorno, busca pistas, rastrea anécdotas, pero esquivas éstas una a una, en una espesa bruma de olvido, se borran o confunden, como un faro apagado en plena niebla. En su intenso afán ha logrado, quedar algo adormilado, de pronto se exalta, recuerda, que final corto se encuentra, no tiene tiempo, no se da clara cuenta, que su fuselaje ha cambiado, no hay luces de posición, motores ni un rotor carenado, se ha convertido en un aviador emplumado. Como factor básico la seguridad, contra halcones y otros depredadores, la aproximación es de velocidad, hasta alcanzar altitudes menores, entonces a flapear las alas, a frenar con ganas, a esquivar hojas y ramas para finalmente, patas o tren de aterrizaje permitir que en el cálido nido descanse. Que calma, que sombra, paz y diversidad que nos brinda este poderoso guayacán, feliz el emplumado aviador piensa, mientras el alimento cazado, regurgita a sus polluelos que no cesan de piar, al término de lo cual, con sus prensiles patas bien aferrado, a una pequeña rama, cierra sus párpados y se toma merecido descanso. Del profundo sueño se sacude, es de noche, no hay lumbre y en actitud refleja, con luz propia de las ramas a la cumbre, a conjurar el peligro acude. Vuelo nocturno? Qué raro, ahora es un insecto alado, tiene alas transparentes y una luz química intermitente, una luciérnaga atrevida, que voló para salvar su existencia, y como un puntito brillante, como una estrella distante, con pena a su casa mira, flores, hojas, tronco, raíces que dan vida, al guayacán que en pose altiva, al peligro no puede burlar, una transnacional lo quiere talar. En su defensa apela, que no es oro su madera, que entre sus ramas mantiene, un ecosistema viviente, un universo de vida, donde todos tienen cabida y he aquí lo más importante, oxígeno para todos, expele a cada instante. Motosierra en mano, el jornalero se apresta ufano, él solo va por un salario, para llevar el alimento diario, pobreza, hambre y otras urgencias, permiten manipular su existencia, que error, que horror, que pena, su inmediata necesidad, pone en riesgo el futuro de la humanidad. El guayacán desesperado, mientras el aleve ataque espera, quisiera que lo parta un rayo, pero que no corten su madera, y cuando se pide con fe, no hay milagro que no se dé, truenos, rayos, una tormenta, por esta vez la codicia humana ahuyenta. La lluvia se ha desatado, en defensa del guayacán amenazado, el sabio líquido intenta, parar desigual afrenta, parece ser que ese ambicioso ser humano, no lo sabe o ha olvidado, que no es petróleo, oro u otra veta, lo que a la especie humana alimenta. Pero en aras de la nación, de olvidar la recesión y aumentar la producción, nos olvidamos de la plaga de la polución, de una apocalíptica contaminación y también la corrupción. Con fuerza mil gotas golpean, la ventana de una habitación, quieren llamar la atención, denunciar a quien les crea, que existe una siniestra intención de desgarrar la tierra y sus entrañas, que importa selva, animales o agua, importa sí, extraer metales a la fragua, lingotes que no quedan, en este lado de la esfera, ni en su pobre población, más si para la gula de un gigante con pretensión, dejando como en guerra, todo desolación, sin campo que sembrar o agua que tomar, tampoco habrá luciérnagas, aves ni guayacanes, de coloridos plumajes o intensos y verdes follajes. Con la alerta que canta el agua, tamborileando la ventana, cerrando sueños concéntricos, emerge a la realidad, sintiendo la urgente necesidad, de defender la mayor riqueza, nuestra amada naturaleza. Así es como el Viejo Aviador pasó, de oníricos vuelos emplumados, a otros también alados, con luces de posición, hasta sentir la ansiedad del antiguo guayacán, que viéndose amenazado, invocó nubes, truenos y rayos, para en perfecta sincronía, defender lo más importante, la vida con valor constante, en su máxima y mínima expresión, amigos, simbiosis es la solución. Fin de: Sueños concéntricos. 21. Cuentos de un Viejo Aviador: Míster Atkinson. Un desesperado anhelo, o una ilusión deseada, por conquistar el cielo o a la persona amada, forza a nuestra mente, a alucinar con una quimera, a sentir en el corazón la primavera, y todo lo aparentemente imposible, se vuelve al instante accesible, recordándonos que el poder del amor, en roca o desierto, por más futuro incierto, hace crecer una flor, y es lo que el Viejo Aviador, imagina que sucedió, en el jardín de una institución. Cuenta una antigua leyenda, que allá por los años treinta, en un taller muy pequeño, se dio inicio a un sueño, el cual consistía en facilitar información a personas sin visión, usando tecnologías que en ese entonces disponían. Y lo que más se tenía, era buena voluntad, para dar un nuevo servicio a la ciudad, en especial a quienes no veían. Y como reza el dicho, que a quien madruga Dios le ayuda, pronto empezaron a recibir mil ayudas sin pedir, a través de un consejo dado, o con donaciones de libro hablado, braille y casetes y uno que otro billete, de diferente denominación, de acuerdo a su economía y corazón, así se inició en Los Ángeles, un servicio especializado, por muchas personas ciegas tan esperado. Míster Atkinson fue el fundador y su primer servidor, del Instituto Braille, construido sobre la Calle Vermont, que lleva el nombre del creador, del signo generador, de una táctil lectura, posible en un mundo a oscuras, pero con mucho amor. Refugio de incontables sueños, de muchas victorias con dueños, con cursos de rehabilitación, que van de Braille a orientación, de tejido a computación, deportes y recreación, en resumen, todo un nuevo mundo de satisfacción. Con esta introducción, sobre el génesis de la Institución, el Viejo Aviador quería, contarles una extraña impresión, que en un jardín de una tarde fría, lo dejó sin reacción. Eran los primeros días, de una ardua capacitación, que por estudiar hasta la fatiga, lo llenaron de desolación. Soñaba con puntos en Braille, y de movilidad con cada nombre de calle, con comandos de computación, y de amores… ninguna emoción. Así es que hizo un paréntesis, a su necesidad de estudiar, y pronto se puso a buscar, una solución a su crisis, lo bueno es que no se engañaba, y bien sabía lo que buscaba, que era la otra mitad, de su triste soledad. Por ello es que fue al jardín, donde había historias sin fin, de espontáneos amores, en esa selva de pétalos y colores. En ese idílico lugar, trazado de angostas calles, acudió para buscar, un amor que no le falle, pero allí andaba perdido, entre aromas confundido, con el sentimiento abatido, aparte que a su movilidad, aún le faltaba fiabilidad. Buscando una banca vacía, avanzó hasta un extremo, pero todo estaba lleno, allí nadie lo comprendía, o eso es lo que sentía, con un alma triste y sombría. A palos de ciego llegó, hasta una banca lejana, y mientras allí se abandonaba, a un merecido sosiego, quien en el descanso lo acompañaba, con voz firme lo animaba, te va a ir bien esta mañana, verás que encuentras aquí el amor, amigo y Viejo Aviador. El no vidente asustado, lo encaró sorprendido, por lo que hubo oído, del extraño sentado a su lado, pero junto a él descansaba, una estatua de bronce, de tamaño natural, algo andaba mal, el metal no habla, ni diálogo entabla, no tiene emoción ni puede mantener una conversación, se dijo en su mente, ante el miedo presente y un pánico inminente. Sintió que Míster Atkinson le sonreía, o era del sol sus cálidos reflejos, que a plena luz del día, lo habían dejado perplejo, luego comenzó a sonar, aquella grabación familiar, que hablaba del gran esfuerzo, de los fundadores en un comienzo, ya todo parecía normal, pero el consejo de Míster Atkinson, no estaba nada mal, debía tener fe, todo iba a cambiar. Sin saber si despedirse, del extraño monumento o simplemente irse, a otro lado con su lamento, a pocos pasos del mítico lugar, y antes de ponerse a pensar, que lo que sucedió no podía pasar, tropezó con el asiento, donde una dama descansaba, y como un extraño idioma hablaba, no entendió cuando dijo: lo siento. Ella que estaba muy sola, pronto lo invitó a sentarse, en inglés le dijo hola, y una amistad comenzó a forjarse, lo que será motivo de la siguiente confusión, en una clase de piano y otra de mecanografía, que pensaba que nadie veía, en esta misma Institución. Fin de: Míster Atkinson. 22. Cuentos de un Viejo Aviador: Tiempo compartido. Duda de quién te ofrece, riquezas que no mereces, pirámides, ofertas o loterías, cercanas a la utopía, son palabras de tentación, que llenan la ambición, pero que finalmente se llevan, lo poco o mucho de nuestras cuentas. La única manera de conseguir, recursos para subsistir, es trabajar con esfuerzo, por nuestra vestimenta y almuerzo, lo demás es parlamento, que se lo lleva un vivo o el viento, y ese es el riesgo que corrió, el ingenuo e incauto Viejo Aviador. En el afán de conquistar un sueño, sea este grande o pequeño, a veces divagamos despiertos, sin rumbo ni concierto, nos abstraemos de la realidad, haciendo fácil y posible, un logro inalcanzable e imposible o una simple banalidad. En ese momento de la imaginación, cuando fijemos dicha ilusión, tomemos todo detalle factible, de esa meta bella e intangible, convirtiendo esa quimera virtual, en una actividad u objetivo real. Convenciéndonos que es de gente inteligente, decidida y valiente, el incursionar en un nuevo ambiente, práctico, distinto y diferente, inventándonos el camino, que ha de regir nuestro destino. Con esa filosofía en mente, se encontraba el Viejo Aviador, decidido y consciente, a enrumbar su vida con valor. Pero como ingenuo ciudadano, en un lugar inmenso y extraño, contar con la inocencia como virtud, no se hallaba ni en la más tierna juventud. Caminaba por la ciudad, bastón blanco en mano, reconociendo e identificando, postes, calles, rampas o aceras, en clases de movilidad, cuando fue abordado, por una elocuente dama, que le ofreció el tesoro del dorado, si en una limusina lo acompañaba, desarmándolo con una brillante sonrisa que no lo engañaba. El Viejo Aviador que no podía creer, que tal suerte era con él, pues la colonia que usaba, tenía menos perfume y más agua, sacudió su cabeza fortísimo, para salir pronto de tal espejismo. Pero allí seguía la doncella, de carne y hueso muy bella, esperando por la invitación, para que viva en una mansión. Esto no puede ser, pensaba mientras intentaba regresar a ver, pero el pobre no tenía con qué, ni tan siquiera a quién. Esta extraña situación, le recordaba un programa de televisión, en que una hermosa genio, salía de una botella, y con un simple parpadeo, aparecía visible todo deseo. Volvió el Viejo Aviador, a intentar usar la razón, pero cómo perder ese honor, de escucharla con devoción, si a cambio de muy poco ofrecía, un delicioso banquete, un par de valiosos billetes, por tan solo escuchar, sin compromiso de comprar, un concepto original, una estafa genial, que es el tiempo compartido, una idea que el Viejo Aviador no había nunca oído. Como piloto bien entrenado, un campo de prisioneros había pasado, sintiéndose con su entrenamiento, dispuesto a disuadir cualquier intento, de pararse fuerte y no ceder, de no dejarse convencer, que le vendan escrituras, de un departamento amoblado, por un tiempo limitado, como si fuera criatura. Decidió sacarle el jugo a la invitación, pasearía y comería, y al final se negaría, a embarcarse en tal promoción. Disfrutó del paseo por la ciudad, comió y bebió a destajo, tomó el dinero con desparpajo, tan solo faltaba una hora de escuchar publicidad, y se atrincheró en su pensamiento, infranqueable como un buen cerramiento, y comenzó la embestida, pura psicología ofensiva, algo nunca oído en su vida, propaganda dura y agresiva. Al término de un corto período, a decenas o cientos de ingenuos, entre ellos al Viejo Aviador, mojado de tanto sudor, los tenían atrapados, sin voluntad y derrotados, totalmente convencidos, de comprar departamentos en tiempo compartido. Los clientes conquistados, uno a uno iban sacando, dinero, tarjetas de débito, cheques o tarjetas de crédito, subyugados o contentos terminaban comprando, propiedades en el viento. Cada nuevo propietario, cansado y doblegado, del verbo convencer, de promotores con el afán de vender, eran aplaudidos y ovacionados, de quince días al año, de lugares tan lejanos, improbables o imposibles de conocer. Si el Viejo Aviador, no cayó en la tentación, no fue por convicción, sino porque en su alcancía, dinero no disponía, ni para el pan de cada día. Si alguien te ofrece el oro y el moro, a cambio de casi nada, lo que dejarán es tu cuenta quebrada, y no verás ningún tesoro. Fin de: Tiempo compartido. 23. Cuentos de un Viejo Aviador: ¡Quieto! Dijo un escritor afamado, que la historia no es lo que sucedió, sino lo que uno se acuerda, pero en el caso del presente relato, el recuerdo no ha sido ingrato, y lo que el Viejo Aviador presenció, no lo vio pero escuchó, afinando sus cuatro sentidos, con cada caricia y gemido. Espero de todo corazón, que disfrutes este relato con emoción. En su defensa debo decir, que lo que se puso a escribir, es toda la verdad, y que aquí no hay falsedad. Pero es lógico pensar, y hay quién se cuestiona, que tanta cosa no puede pasar, a una sola persona. Pero lo más importante, es que en situaciones de crisis, hay que guardar el talante, aún cuando todo esté difícil. También es muy cierto, que no se debe buscar, la quinta pata al gato, porque mal se puede terminar, en un gran desconcierto, por la simple falta de olfato, y se puede ir a dar, con más de un lamento, a un hospital con infarto. Cuando el Viejo Aviador, tiempo atrás cumplió sus 40, se puso a todo vapor, pensando que si no lo intenta, perdería el fragor, para alcanzar su meta. Será verdad o cuento, que el hombre a esa edad, no quiere sentirse piedad, y se lanza a locos experimentos, y con unas cuantas canas al viento, necesita ir por más de un intento, sintiéndose Indiana Jones en el Templo de la perdición, pero sin público ni ovación. A toda costa quiere demostrar, que aún queda mecha por quemar, y como humilde mortal pretende, igualar a héroes que el cine nos vende. ¿Será que a los 40, ya se tiene un par de entradas y el poco cabello ya se cuenta? Nadie te toma en cuenta, ni para cantar señor de las cuatro décadas, es allí cuando se parte, con las carabelas de la ilusión, en busca de un nuevo horizonte, con la omnipresente preocupación, de una posible insubordinación, de músculos, tendones, huesos y riñones, un rosario de ayes, que no hay quién ni cuando los calle, o simplemente de la actitud, ante la ausencia de juventud, pero en ese mismo instante se convence, que lo que finalmente vence, es esa gran fortaleza, que está en la entereza, en esa energía positiva, que siempre dice sí a la vida. Tomando ello en consideración, ese cuarentón piloto de aviación, se lanzó a correr una media maratón, en pos de alcanzar la mayor emoción. El reto fue en Guatemala, y era el único representante, de los altos y lejanos Andes, y su condición física no era tan mala, es necesario aclarar, que quienes iban a correr, en unos casos no podían ver, y en otros escuchar. Como parte de la recepción, que tuvo una buena organización, se ubicó a los competidores, junto a dormitorios y comedores, en las villas de la olímpica Federación, por seguridad y precaución. El atleta ecuatoriano, compartía habitación, ansias y emoción, con dos cubanos, un hombre y una mujer, que no escuchaban pero podían ver, cada uno de 20 años, se comunicaban por señas y eran algo huraños. Con el afán de rendir, su máximo potencial, luego de una cena frugal, se fue pronto a dormir, pero hasta que el sueño invada, el campo de la conciencia, con seguridad y eficiencia, apoyándose en su almohada, quedó bien acomodado, para escuchar un libro hablado. En ese momento de la tarde, donde sombra y luz coinciden, la negra entra y la blanca se despide, en situación de penumbra, donde solo el amor alumbra, la habitación se puso que arde, pero no a causa del calor, como pensó el Viejo Aviador, sino por sus dos colegas cubanos, que en ese momento entraban tomados de la mano. Sintiendo al atleta cuarentón, dormido sobre cama y colchón, comenzaron las caricias, besos y otras delicias, contorsiones y otras raras posiciones, la poca ropa estorbaba, y a dentelladas se la arrancaban, acompañada de gemidos, que subían de tono y sonido, más la hipo acústica o sordera que era su condición, los tenía sin preocupación, porque allí el único que oía, lo que allí sucedía, era el Viejo Aviador, pero como de su ceguera los cubanos bien sabían, a media luz pensaban que nada veía, pero la pasión allí desatada, a toda la villa olímpica ya despertaba, y ellos que no oían, su afrodisíaca sinfonía! ¿Qué hacer en esos críticos momentos? ¿Salir de allí, diciendo, buen provecho, lo siento? ¿Pedir moderación, cuando lo que allí sucedía era puro arte y pasión? Bueno era el dilema, y aunque el Viejo Aviador no era malo, tampoco era de palo, y en alma y cuerpo ya se incendiaba, con ese placer y gusto que presenciaba, y se volvía a preguntar: ¿Qué hago? ¿Desaparezco como mago? Pero también sería pecado, detener a ese mágico amor desatado, así que intentó concentrarse, y en su imaginación tele transportarse, hacia algún sereno lugar, y dejarlos en paz copular. De la carrera del siguiente día, quien quiera de ella saber, por favor llame al guía, porque mientras el Viejo Aviador corría, repetía y repetía, para entregarse al amor, con tan entusiasta fervor, como aquellos dos caribes se tiene que ser, en total abandono y placer. Esto estimado lector, no es un micro cuento, es un recuerdo de puro contento, un relato algo discreto, en el álbum del pensamiento, de un Viejo Aviador jubilado, que amó y es amado. Fin de: ¡Quieto! 24. Cuentos de un Viejo aviador: Mesa que más aplaude. He aquí una alegre historia, que quedó triste en la memoria, con un dolor de cabeza, y todo por una mesa. Parece que lo aquí relatado, carece de sentido, por ello hoy te pido, presta atención y pon cuidado, no te dejes convencer, pórtate juicioso como debe ser, festeja con moderación, así tu equipo llegue a ser campeón. Reitero que el objetivo, es mantener el espíritu vivo, un poco de entretenimiento, es bueno en todo momento. En el nuevo circo romano, lo que estimula al ser humano, es el rey de los deportes, ese raro placer, que a todos llega a convencer, meter la bola entre tres postes, casi siempre con los pies, con la cabeza de cuando en vez, y una sola vez con la mano de Dios, como quien dice adiós. Para asistir a un partido, se puede dejar de lado, cualquier asunto obligado, y hasta al ser más querido, así se quede afligido. Para la entrada, dinero nunca falta, importa que alcance para una empanada, y si avanza, por lo menos para una cerveza helada. Allí pocos ven el partido, se va a actualizar de chismes, a contar el último chiste, y a gritar como un poseído. Más que una obligación, es requisito sin condición, vestir los colores del equipo, pintarse la cara, pelo y llevar un pito, hacer la ola, pedir la hora, al árbitro vendido, a que ya acabe el partido. La fiesta se vuelve nacional, cuando el equipo local, por primera vez llega a la final, de la Copa Libertadores, altos y esquivos honores, nunca antes alcanzados en este país futbolizado. Pero llegó el añorado momento, se sentía en el ambiente, el título estaba latente, con un pueblo henchido de contento. Bajo esas circunstancias, un hincha precavido, no quería abandonar el nido, sin dejar a su amada con vigilancia, y es allí donde interviene, el voluntarioso y Viejo Aviador, el trabajo le conviene, y fungirá como estricto controlador. Es un sencillo favor, mientras él va al estadio, con banderas, amigos y el infaltable radio, para gritar con fervor por su equipo triunfador, el triste aviador emplumado, se quedará con la cuñada y esposa, tomándose un helado, como quien no quiere la cosa, esperando pacientes y educados, a que regrese el esposo y cuñado, seguros con la copa, que se ve y no se toca, esto último es parte de una canción, de cualquier equipo campeón. Y allí están los tres, en una abandonada cafetería, se la siente triste y sombría, tomándose café tras café, el mesero ha desaparecido, pues tiene pegado al oído, la radio que trasmite el partido. Esto no puede ser, reclaman las dos damas, y con mucho gusto y gana, salen del local en busca de placer, llevando como llavero, a su cuidador o carcelero. Las calles están desiertas, todos ven el fútbol y su fiesta, pero tan cerca como en la esquina, hay una música que anima, es un pequeño bar, para tomar mojitos cubanos y bailar, el Viejo Aviador se resiste, mas las féminas lo jalan e insisten. Los sones son alegres, y allí tampoco hay clientes, pero con un mojito bien caliente, pronto se prende el ambiente, se sabe uno que otro coro, y hasta canta con decoro, y entre el baile y los mojitos, se oye a lo lejos un grito, debe ser gol del equipo local, pues el estruendo se oye en toda la capital. Las dos damas y el caballero festejan, no hay motivo ni queja, mojitos van mojitos vienen, mmm qué rico sabor que tienen, cantan juntos mesa que más aplaude sí, mesa que más aplaude no, mesero pase una jarra grande, que en el vaso apenas un poquito cabe y… mesa que más aplaude sí, mesa que más aplaude no. La algarabía es total, el tránsito infernal, somos los nuevos campeones de la Copa Libertadores, los hinchas flamean banderas, la ciudad vive y canta en calles y aceras y… mesa que más aplaude sí, mesa que más aplaude no, las damas y el Viejo Aviador, se mezclan en un baile o abrazo, se han dado un gustazo, eso sí que es amor! Pero como todo lo que sube tiene que bajar, y todo lo que empieza debe terminar, el hasta entonces alegre marido, se siente engañado y herido, porque no era café lo que tomaban, sino mojitos que se trastornaban, las lenguas eran de trapo y unas a otros se arrimaban para no caer como garabatos. Las excusas allí sobraban, se acabó la fiesta ya no hablaban, el bastón blanco no asomaba, se había quedado de prenda por la cuenta que cobraban, y mientras al vehículo se acercaban, mesa que más aplaude sí, se oía, mesa que más aplaude no, se escuchaba, que viva la Copa Libertadores y el equipo de mis amores! Fin de: Mesa que más aplaude. 25. Cuentos de un Viejo Aviador: Viejo Aviador enamorado. Por taller de trabajo, producción e inspiración, tengo un tinglado, un apacible rincón para mi meditación. En lugar de acuarelas, lápices y pinceles, dispongo un viejo teclado, que convierte pintura en dictado, y un par de afónicos parlantes, que entre sus roncos decibeles, me cuentan y dicen, lo que aporreando letras, un pintor sobre su lienzo crea con pinceles. Por campiña de inspiración, aflojo las riendas de la imaginación, y así como retratos y paisajes en diferente proceso del arte, se encuentran por el taller dispersos en cualquier parte y entre perdidos, arrumados más nunca olvidados, dispongo de algunos artículos, pensamientos y esbozos de versos, unos recién iniciados con mucho esfuerzo, otros por corregir o terminar y los más por borrar y volver a empezar. Confieso, que por cada medida de tiempo dedicada a escribir, a relatar, le quito, le hurto incontables horas al emocionante vicio de la lectura. Gran dilema es este, escribir o leer, crear o gozar, pensar o dejarse llevar, pero no hay escritura sin lectura, y aunque sus vidas son constante y compartida evolución, no se llevan, se soportan, como antiguo duelo con pistolas, se dan la espalda, uno, dos, tres, cuentan hasta diez y, sin dar un traspié, preparan, apuntan y… no disparan, simbiosis es la palabra, lectura y escritura, se alimentan la una a la otra. Siamesas del saber, imantados polos del placer, cara y sello del conocimiento, luz y sombra del entendimiento, son las dos paradoja en la Literatura, cuando a la una prestas la atención, la otra queda en desolación, pero la acción para una es alimento de la otra y viceversa, celos, ardor, emoción, qué pasión, y ya tan emocionado estoy qué caramba, me pasa otra vez, que la historia de hoy, que comenzaba con había una vez, la tengo que contar al revés Al llamado de la Pacha Mama, el Viejo Aviador regresaba, y mientras en el avión volaba, el ansia en su pecho moraba. Para calmar su angustia, como una buena terapia, mientras los pasajeros dormían, de Michael Crichton, la esfera él leía. En el capítulo de mayor acción, en plena esfera submarina, del asiento su vecina, interrumpe el trance y entabla conversación. Con paciencia detiene la lectura, con un Inglés chapurreado, explica lo que es un libro hablado, esperando aclarar la duda. Oh ingenuo aviador, la dama a tu lado, lo que necesita es amor, no un tema trillado. El Viejo Aviador insiste, coloca play a su novela, ella a la carga apela, no quiere sentirse sola ni triste. A incierto destino resignado y haciendo acopio de memoria, a susurros inicia una historia, un paseo hacia el pasado. Ahora que va al Quito colonial, es paseo esencial, visitar El Panecillo, elevación natural que divide a la ciudad y desde su mirador observar, Quito Norte, Sur y Colonial. Cuenta la Historia decía, un nervioso y viejo aviador, que cuando los españoles llegaron, los Quitus habían quemado toda existente instalación, negando con su acción, toda posible utilización. Oh! Exclamó la anglosajona compañía, mientras el reposa brazos quitaba, que era lo que molestaba, para escuchar mejor la letanía. Más de 300 años, duró conquista y ocupación, y con tan estratégica posición, la Real Audiencia mantenía con tan perfecta vigía. La narración que seguía, el Viejo Aviador olvidó, pues de la rubia compañía el aliento sentía, cada vez más cerca del corazón. Un no se qué, que le urgía, complicó todo el relato, mezcló Pichincha y Boyacá, y con una mano por acá y otra por allá, fue un escote pronunciado, el que usó como mapa adecuado, hasta que tropas independentistas, descansando gloriosas en una aureola, la cima del Panecillo habían logrado. Fue entonces, cuando el éxtasis de la victoria se había alcanzado, cuando a lo lejos, en otro siglo y lugar, una descomedida voz pedía, asegure su cinturón de seguridad, que en breves minutos, vamos a aterrizar, y mientras esto sucedía, ajena a esta trepidante aventura, el libro hablado seguía, ya afónica leía, la locutora de la máquina lectora. Fin de: Viejo Aviador enamorado. 26. Cuentos de un Viejo Aviador: ¿ Te atreverías? Bienvenidos al futuro, decíamos nada más ayer, pues con la tecnología ya nada es difícil o duro, aunque tú no puedas ver. Para ello es vital, mantenerse siempre informados, y tanto civiles o uniformados, prestar un servicio vital, en el campo de la aviación, o donde te lleve el gusto o imaginación, por ello te invitamos, a dejar la depre a un lado, e ir por tu meta u objetivo más deseado, el límite es tu imaginación, bienvenido a la aviación, mejor si es sin barreras, donde lo imposible sucede si te esfuerzas y esperas. Cuando el joven aviador emplumado, era imberbe y algo desengañado, tenía por compañía a la televisión, con programas en blanco y negro, que para ese entonces era de la tecnología su máximo esmero y al auto fantástico como su serie de obsesión, Michael era el artista humano, el héroe de la función, pero por más buen trabajo el esfuerzo era en vano, pues Kitt se llevaba los aplausos y admiración. Kitt se llamaba el auto, equipado con inteligencia artificial, su tecnología era algo genial, para un modelo tan estilizado y compacto. Ese artilugio de cuatro ruedas, hablaba y saltaba aunque tú no lo creas, con sensores de proximidad por todo lado, nunca lo agarraban descuidado, así protegía a su jefe, lento, vulnerable, de carne y hueso y sobre todo endeble. Disponía de un sistema de conducción autónoma, que en ese entonces parecía broma, pero que en la actualidad, es un simple y sencillo sistema de navegación digital, o GPS de uso tan popular, en Pekín, Quito o cualquier otro lugar. Sus comunicaciones parecían magia, pues al auto ordenaba a gran distancia, lo cual tenía su toque de elegancia y a todos frente a la tele causaba mucha gracia, ¡guau! pura ciencia ficción, que llenaba de emoción…, quién lo creyera ahora, que a todo lugar y hora, se puede comunicar con un teléfono celular. Kitt era muy inteligente, y en un par de minutos, como tiempo prudente, facilitaba situación, velocidad y rumbo, de la amenaza, enemigo o agente, y entonces de admiración se abría la boca, del asombro que tanta invención provoca, chiquilladas de hoy en día, para un satélite espía, y con un clic en el buscador, google facilita información más completa hasta su último comprador. Cuando Michael requería una búsqueda ipso facto, pulsaba a gran velocidad las teclas del computador de Kitt con todos los datos, y en menos de lo que canta un gallo, minutos si es que en la memoria no fallo, aparecía la información, como por arte de prestidigitación, pensar que ese futuro ya es pasado, que mucha agua bajo el puente ya ha cruzado, y con un teléfono inteligente y un poco de Bluetooth los datos van y vienen más rápido que inmediatamente. La tecnología avanza tanto, que en la actualidad causa espanto, y comprendemos que hoy en día, la realidad supera a la ficción, en todos los campos incluido el de la aviación, lo cual produce nostalgia, y con los años hasta algo de lumbalgia, y es que todo demandaba esfuerzo y tiempo, mapas, reglas y otros complementos, los resultados de una misión, llevaban esfuerzo y dedicación, ay!, quejas que a nadie le importa, pero por nada se sudaba la gota gorda. Pero, te preguntarás por qué he hablado del auto fantástico, que si bien tiene mucho de mágico, poco o nada tiene de aviación, y en consecuencia menos emoción, pero lo que llamó la atención, del humilde y Viejo Aviador, son todas esas tecnologías, que se aplican hoy en día, para quienes se transportan por medio de alas o un rotor. Y tanto barullo y cuento, en el que has perdido el tiempo, para poner a consideración un tema de reflexión, que en primera instancia te causará risa, a ver si me doy prisa. En la sala de pre embarque, de un moderno aeropuerto, sucedió algo incierto, algo que logró el desconcierto, de todos los pasajeros, cuando guiado por su perro guía, ingresaba el copiloto que no veía, hasta la cabina de vuelo, creando entre los usuarios un gran revuelo. Se incrementó el temor, mutando muy pronto al horror, cuando pasó el comandante de la aeronave, un invidente y Viejo Aviador, orientándose con su gastado bastón, dando pequeños golpes para su ubicación, a las subsiguientes filas de muebles, y a uno que otro aterrorizado cliente, hasta llegar al mostrador. A unos la ansiedad los consumía, a otros el miedo o falta de valentía, pero nadie se atrevía, a exigir una explicación a la compañía. Ya con pasajeros y tripulación, todos nerviosos al interior del avión, los comentarios iban y venían, la tensión los consumía, las preguntas se repetían, ¿Cómo va a despegar, sin ni siquiera pueden mirar? No se preocupen repetían los tripulantes, hoy lo hacen mejor que antes, si bien piloto y copiloto son no videntes, que eso no les cause pendiente, tienen miles de horas de vuelo, tanto aquí como en el extranjero. La tripulación se alista, y sobre la cabecera de pista, comienzan a tomar velocidad, con presteza y facilidad, mientras por cada ventanilla, se aprecia con maravilla, como con mayor celeridad, los obstáculos se suceden al tiempo que aumenta la ansiedad. El silencio es de cementerio, cada cara, cada gesto se desdibuja en algo más serio, entre ellos se miran, en su mente admiran, que lo que va a suceder, no lo pueden creer, la pista de asfalto se acaba, y de volar nada, hasta que el más valiente o asustado, grita como desahuciado, lo que contagia, que sin otra orden se suman presto, y todos a rabiar, gritan nos vamos a matar. En ese preciso momento, con el ruido e histeria creciendo, el Viejo Aviador con un simple mando de voz, sin un ápice de temor, ordena al poderoso monstruo alado, dejar el suelo a un lado, elevar la nariz e iniciar el vuelo, calmando así de los pasajeros el desconsuelo. Mientras continúan en raudo ascenso, metiendo flaps y también el tren, el copiloto ya menos tenso, a través de su auricular se dirige a su capitán, suerte que ellos si ven, que siempre hay quien grite, antes que la pista termine, y así saber el preciso momento, de poner rumbo al firmamento. Pues esto que parece un cuento, un chiste sin miramiento, es por hoy en la actualidad, algo muy cerca a la verdad, pues ya conocemos los drones, que son modernos aviones, que sin pilotos o patrones, vuelan en el mundo por todos sus rincones, maniobrados y controlados, por medio de un computador, desde la oficina de un Viejo Aviador. Entonces, si una persona con discapacidad, con la tecnología de hoy en día, puede acceder a aquello que antaño no podía ver, es lógico suponer, que un vehículo o avión es factible manejar o pilotear sin ver. Entonces, ¿te atreverías, a volar con un piloto y su perro guía? Fin de: ¿Te atreverías? 27. Cuentos de un Viejo Aviador: Perdido en un hotel. Ningún esfuerzo es vano, conforme pasan los años, y como todo tiempo pasado, ya es caso juzgado, una vez más he pedido al corresponsal, que busque en su desván o baúl de recuerdos digital, alguna confesión, que alegre los tristes momentos, que a lo largo de la vida, nos toca aguantar, más, por sordera o error al mecanografiar, cambió la letra e por u, y al traste fue a dar, pues en lugar de confesiones ha escrito confusiones, que igual, espero les haga gozar. Ya de movimientos menos ágil y antes que la memoria se torne frágil, apenas destella un recuerdo, me armo de valor y corro al ordenador, a veces son confesiones, y cuando olvido, pues confusiones, más pongo mi mente a volar, para poder relatar, una ficción, una historia que doy por llamar memoria, de varias canas que no son vanas. Luego de miles de horas de vuelo, ora en tierra ora en cielo, con varios combates habidos, sin rasguños ni quejidos, llegóme el fatal momento y más rápido que un pensamiento, en un letal accidente, trocó mi vida a no vidente. Ya sin poder volar, Braille me tocó estudiar y para ganar mi sustento, forcé mi pensamiento en un singular proyecto, que trascendiendo fronteras Aviación sin Barreras, lo di por llamar. Así pues, por ese azar del camino, cabina de Capitán, no es más mi destino, hoy, con más tranquilidad y cierta comodidad, un puesto de pasajero ocupo, converso, duermo y leo, pues volar al mando, ya no es mi empleo. Fue así que, visitando varios aeropuertos, bastón en mano en terreno incierto, fui a verificar la necesidad, de atención a personas con discapacidad, en cada terminal aéreo. Preguntas van, respuestas vienen, y en cada aproximación, que escucho de algún avión, invaden con melancolía, recuerdos en que un día, al aire, al viento, el mínimo intento, podía doblegar. Luego de un trabajo intenso en el aeropuerto de la ciudad, del taxista me dejé asesorar, a fin de poder pagar, un hotel de calidad, de acuerdo a mi presupuesto, el cual, no me avergüenzo, por obligación tenía que ser triple b: bueno, bonito y barato. El conductor me dijo entonces, en la “Chola Cuencana”, hoteles hay a rabiar, seguro encontraremos posadas con algún descuento, así que a ese barrio fui a dar. Había muchos hoteles, y habiendo vivido en cuarteles, ninguno me iba mal, duras esteras, mullidos colchones o camas King size, todo me daba igual, para un sueño reparador, nada mejor que un cansancio agotador! Habíase ido el chofer, dejándome en el mostrador de aquel pequeño hotel, entonces me pregunté: Y, el hambre qué? Tomé una apresurada decisión, hice mi reservación, dejando al botones, mi maleta y bendiciones, saliendo como un rayo, antes que venga un desmayo, en busca del alimento, que por este día me tenga contento. Tomé otro taxi al salir, y sin que medie un momento, a un restaurant para sobrevivir, fue ya mi apagado lamento, mientras el hombre al volante, rogaba, pedía, que no se me muera este Señor aquí, Ave maría! Ah! Barriga llena, corazón contento, vaya que rico alimento! Al pobre y al ciego, la alegría le dura poco, pues emprendiendo el retorno, para dar descanso al cuerpo, cuando el chofer preguntó, A dónde lo llevo Señor? El alma al piso cayó. A la Chola Cuencana le dije, a sabiendas que era un barrio más no una dirección. Por mi cara de indigestión, retratada en el viejo retrovisor, el comprensivo taxista entendió, que este descuidado cliente, a más de no vidente, no tenía en su mente, bien clara su dirección. Se apiadó el taxista y, buscando cualquier pista, preguntó en varios hoteles e incluso un par de burdeles, hasta que la dirección encontró, ya cuando el alma del Chagra era toda un sinrazón. Un poco alarmado, y hasta algo preocupado, dejó el taxista al Viejo Aviador, que entre mil gracias y un fácil llanto, con cuenta de taxímetro de espanto, de pagar la carrera olvidó. Era mucho por un día, pensaba mientras subía, a la pequeña habitación, que por unos cuantos dólares le correspondía. Algo ya fatigado, de tanta correría, entró al baño cansado, sin darse cuenta por despistado, que el viento que allí corría, no era de celosías, sino del pasillo central, de aquel hotel colonial. No podía más, vistióse nuevamente, ante la mirada impertinente de uno o más turistas, que desde curiosas rendijas, reían sin parar, al ver un striptease sin un solo dólar pagar. Fin de: Perdido en un hotel.

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